En la noche de ayer tuvimos la oportunidad de vivir un fenómeno sociológico de primer orden, con la gran final del programa de Televisión Española «Operación triunfo», que ha contado con la participación de la cantante mallorquina Chenoa. Las audiencias de este programa han sido espectaculares y prácticamente todo el país ha estado pendiente de las evoluciones de los participantes, en especial de los seis finalistas. Los discos de cada una de las galas del programa se han situado en los primeros lugares de las listas de éxitos.
Los motivos de la gran popularidad que ha adquirido tanto el espacio televisivo como sus protagonistas son varios, pero tal vez el fundamental sea que, a diferencia de otros concursos, en éste se ha premiado el esfuerzo y la evolución musical de cada uno de ellos. Podrán criticarse la oportunidad de determinadas decisiones políticas respecto al espacio, los criterios del jurado, los de los profesores de la academia de «Operación triunfo» o el método elegido para la selección final, pero nadie cuestiona a estas alturas que, frente a espacios con una excesiva carga de violencia o de morbosidad, éste, de una forma limpia y transparente, ha dado la oportunidad a dieciséis personas de mostrar sus capacidades como intérpretes y ha sido, para bastantes de ellos, un particular trampolín a la fama. Pero no se trata en absoluto de una fama gratuita, como sucedió en el caso de «Gran Hermano».
Aunque lo cierto es que lo más difícil para los concursantes viene ahora. Cuando terminen las galas que aún restan, cuando el programa concluya definitivamente en esta primera edición, entonces será cuando tendrán que perseverar y seguir trabajando para mantenerse en el candelero. Por lo visto hasta ahora, todos los jóvenes que han participado en el programa han hecho méritos suficientes como para que se hable y bien de ellos.