Palma celebra la festividad de su patrón y nos brinda la oportunidad de mirar con cierto detenimiento esta ciudad que crece día a día y genera tantos entusiasmos como críticas. Nadie podrá decir que Palma es una ciudad anodina. Nuestros antepasados se encargaron, a lo largo de los siglos, de ir dejando huellas que hoy conforman la columna vertebral de Ciutat: sobre todo, un centro histórico que los turistas admiran. Pero Palma es mucho más. Es una ciudad dinámica, que recibe nuevos habitantes y que está obligada a dar respuestas rápidas y concretas a cada uno de ellos.
De un tiempo a esta parte, Palma está cambiando y, en contra de lo que puedan decir algunos, la imagen de la ciudad está cambiando para bien. Es cierto que determinadas iniciativas municipales pueden ser criticadas, como el fallido Parc de ses Estacions, pero no se puede negar que hay un decidido interés por hacer una ciudad mejor. Que no gusten determinadas estéticas a ciertos sectores entra dentro de lo normal en la vida política. Y de todos modos, que se polemice sobre algunos proyectos o incluso sobre una idea de ciudad debe ser considerado como algo enriquecedor. Al fin, lo que importará es el balance que se presentará en la próxima cita electoral. Cuando llegue ese momento, los ciudadanos se habrán olvidado de las molestias que están causando las obras y lo que valdrá es lo que se ha hecho y lo que no. A este respecto, hay que decir que se echa en falta un plan conjunto que dé coherencia y sentido a las distintos proyectos. Y que no se olvide que hay una ciudad más allá de las Avingudes.
Se ha hecho mucho, pero todavía quedan muchos problemas: suciedad en la vía pública, falta de centros para jóvenes, barriadas olvidadas, pocas zonas verdes, falta de aparcamientos... Pese a todas estas carencias, pero también con todo lo que se ha realizado, y no sólo por el actual gobierno municipal sino por cuantos le han precedido, Palma es una ciudad viva, en una bahía privilegiada, de la que sentirse orgulloso.