La milenaria olivera de la Plaça de Cort es testigo de cuanto sucede a su alrededor día y noche. Sufre la lluvia, el frío, el calor, manifestaciones, fiestas y nunca doblega su robusto tronco. Bajo su enorme sombra, muchos turistas se cobijan para disfrutar del picnic, otros hacen una pausa, observan la fachada del Ajuntament o miran el plano de Ciutat, para continuar el camino. La olivera de Cort es más fotografiada que el propio Ajuntament, el Castell de Bellver o la propia Catedral.
Su belleza es fruto de cientos de años y sus raíces se sienten jóvenes y llenas de vida, brotando nuevas ramas cada primavera. Los gatos se acurrucan en su retorcido tronco y hasta los perros le respetan a la hora de hacer sus necesidades. Es punto de encuentro para amigos, parejas o gente de negocio.
Los grupos de turistas observan con expectación el árbol y quedan perplejos por su grandeza. Es protagonista en concursos de fotografía y musa de pintores que ven en ella las arrugas más hermosas de la naturaleza. Tampoco se escapa del ruido de las obras o el provocado por la intensa circulación de coches, motos y camiones durante el día. Disfruta de la paz y tranquilidad de la noche y calla en sus entrañas cuando los yonquis caen ávidos de una nueva dosis. Los vagabundos deambulan en la tímida iluminación de las farolas, que es aprovechada por los cacos y amigos de lo ajeno.
La olivera de Cort es la única que conoce toda la verdad de cuanto sucede a su alrededor y por muchas flores que planten en su pequeño espacio ninguna resalta como ella.