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Últimos días 'a la fresca'en los barrios de Palma

El habitante se alivia del calor haciendo tertulia en la calle al anochecer, como en la ruralía

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La costumbrista escena de estar a la fresca todavía puede contemplarse en el barrio de Santa Catalina, que nació en el siglo XIV sobre un viejo cementerio judío, frente a la Puerta de Bad-Al-Djadid,hoy Baluart de Sant Pere. Al principio fue habitado por la masa obrera payesa que llegaba desde distintos pueblos de la isla para la reconstrucción de las antiguas murallas. Hoy los contertulios se instalan frente a viviendas que a principios del siglo XX fueron tabernas, talleres de cordelería, bodegas, fábricas de vidrio para la industria farmacéutica o de maquinaria agrícola.

Con la llegada del turismo de masas, en el ecuador del siglo XX, comenzaron a desaparacer dichos establecimientos y muchos edificios fueron reconvertidos de cara a la hostelería, como ocurrió con los viejos molinos sobre la colina, que se convirtieron en míticas discotecas como Jack El Negro o Babels.

La gran cantidad de molinos harineros, ya desaparecidos, que al nacer el siglo aprovechaban el embat junto a la bahía de Palma, entre es Portitxol y la Ciutat Jardí, dieron el nombre de es Molinar a uno de los barrios actualmente más cotizados de la ciudad. Sus casitas de veraneo y de pescadores de los años veinte, de estrecha y humilde fachada, ocupan la ribera de las sucesivas calas. Los molinos dejaron de existir al avanzar la técnica de molturación y, de toda aquella aldea sólo queda el recuerdo de famosos merenderos de la época, como Davall Terra o Can Pere Antoni, donde servían alatxeta frita amb salsa de tomàtiga y vino tinto hasta saturación(sic).

A la hora de estar a la fresca el habitante se entrega al tiempo perdido, mientras el crepitar de una sartén y los aromas de fritanga veraniega emergen del interior de las casas, anunciando la inminencia de la cena. Todos los años, a mediados de agosto, los vecinos de es Molinar cenan juntos frente al mar; juntan mesas, comidas y palabras sobre el paseo hasta el amanecer, todo ello regado con un buen vino hasta saturación, como rezaba el rótulo de aquella mítica tasca marinera de principios de siglo.

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