Soleado, amplio y limpio, aunque amueblado de una forma austera, es el piso de Ernest Elabor, Victor Ekhabor y Johnson Enabulele, tres inmigrantes africanos. Son jóvenes "sus edades oscilan entre los 23 y los 26 años" y sumamente educados. Hablan el inglés perfectamente y todos tienen nociones de español. No cabe duda de que han recibido una gran formación en los nada desdeñables seis años de universidad: Ernest y Johnson son ingenieros; Víctor, farmacéutico.
Llevan en la Isla más de siete meses y hace tan sólo un mes que viven en este piso de la Avenida Argentina, ignorados por sus vecinos: «Nos ha costado seis meses encontrar una vivienda y llegó la posibilidad gracias a la ayuda de la Cruz Roja, que hizo de intermediaria», explica Johnson. Hasta ese momento malvivieron en un albergue del Ajuntament y, aunque intentaron en numerosas ocasiones acceder al alquiler de un piso, afirman que los dueños, al saber que eran de la raza negra, les cerraban las puertas.
Pero con la llegada de esta casa, en la que viven muy a gusto y por la que pagan 120.000 pesetas al mes, ha hecho que se percaten «todavía más del racismo que impera en la Isla», afirma indignado Ernest. «Sabemos positivamente que a nosotros nos cuesta más el alquiler de este piso que a otros inquilinos del edificio que son de raza blanca», añade.
Lo importante es que ahora cuentan con una vivienda en la que viven junto a dos compañeros más "que prefirieron no relacionarse con la prensa". Aunque son cinco en el piso, están cómodos y mantienen una muy buena relación. Tienen la casa muy ordenada debido a que todos son muy «eficientes» "eso dicen" y de la comida se encarga el que llega primero a la casa.
Pero no todos duermen cada día bajo techo. Más de cincuenta deambulan por las calles o duermen en la Plaça d'Espanya. Cada día visitan la Cruz Roja muchos de ellos, con números de teléfonos que han conseguido en inmobiliarias o han visto colgados en terrazas: «A pesar de esto, ya han sido alojados cuarenta, algunos de ellos en casas particulares, lo que significa un avance», afirma Sara, del departamento de Inmigración de Cruz Roja.
Allí llegan desesperados, no entienden el problema del color porque para ellos no existe el problema: «Todos tenemos el mismo corazón».