De nuevo se ha producido un gravísimo incidente en el espacio aéreo de Irak en un enfrentamiento que se saldó con el «derribo» de un aparato del Ejército iraquí. Además, Sadam Husein, a través del canal de televisión por satélite que transmite a todos los países árabes, lanzó un llamamiento a la sublevación contra determinados dirigentes a los que calificó de traidores.
Dadas las circunstancias y la situación que vive el Golfo Pérsico, era previsible que se produjera algún tipo de incidente armado. El choque de fuerzas militares de Estados Unidos o británicas con las iraquíes puede no ser el último de persistir los criterios que animan a ambas partes en litigio. Por ello, cada vez se hace más patente la necesidad de que la comunidad internacional sea capaz de intervenir y mediar en el conflicto con el fin de aliviar la tensión y retornar, en la medida en que ello sea posible, a la normalidad.
Pero el llamamiento de Sadam a la sublevación contra otros dirigentes árabes, además de ser una grave intromisión en la política de otros Estados soberanos, es absolutamente inadmisible. Es más, parece un reflejo de su propia incapacidad para enfrentarse a las potencias occidentales.
Lógico es pensar que desde los países árabes se establezca un frente común para efectuar determinadas reivindicaciones, pero siempre desde la lógica y el orden legal establecido.
A estas alturas, el llamamiento a una nueva guerra santa en la que intervendría el común de los árabes es una auténtica barbaridad absolutamente injustificable. Es de esperar que se imponga la razón y que las aguas retornen la antes posible a su cauce. Aunque de momento, lo único apreciable es que continúa la crisis y que se agrava día a día sin que ninguna de las partes parezca querer remediarlo.