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Pandemia de coronavirus

La nueva arma diplomática

| Palma |

Un exministro de Asuntos Exteriores de una potencia venida a menos, ahora retirado, decía hace unos días que en política internacional no existe la generosidad: si otro país te va a hacer un favor, inmediatamente pone un precio o no hay favor. Las relaciones entre los países son de intercambio, de interés: los que tienen más que dar y piden menos, porque tienen menos necesidades, son los que mandan. Ha sido siempre así y nada permite pensar que esta lógica vaya a cambiar.

Hoy, ese poder –ese bien escaso ambicionado por todos– se llama vacuna. Porque hoy, si un mandatario llama a otro, es extremadamente probable que lo haga pidiendo vacunas. Así que hoy, para la mayor parte de los países, la vacuna es poder. Los que tienen vacunas mandan, deciden. En parte, esto demuestra qué bajo ha caído Europa, que no tiene capacidad de influir ni siquiera en algo tan importante.

Hoy, el gran juego de las vacunas lo protagonizan sobre todo tres países, tres grandes productores de vacunas, a quienes la población no les preocupa en exceso: China, India y Rusia. Los tres saben que hacer diplomacia hoy con las vacunas es muy fácil. Incluso no hay que hacer nada: los otros 170 países del mundo hacen cola al teléfono. Ninguno de los tres se está preocupando de su población, a la que prácticamente no vacuna, sino de construir una base de poder e influencias. Tres Estados fuertes para tres poblaciones desgraciadas, cuya vacunación es irrelevante.

La India está abiertamente dedicada a la diplomacia. Su Serum Institute produce dos millones y medio de vacunas AstraZeneca al día, que está vendiendo a setenta países. Pero también las está regalando, por supuesto a cambio de favores. La República Dominicana, por ejemplo, ha celebrado profusamente la donación de vacunas procedentes de la India. La relación entre los dos países era hasta ahora nula, pero el Gobierno dominicano pronto sabrá qué quiere Nueva Delhi a cambio. Brasil, en cambio, las paga, pero las tiene, que ya es un éxito en una coyuntura en que pocos pueden vacunar como toca. Estos días, Gran Bretaña envió un embajador especial a la India para negociar los suministros de abril, importantes para la popularidad del Gobierno de Londres. Lógicamente, algo habrá que poner sobre la mesa y eso no sólo ha de ser dinero.

Rusia va por el mismo camino. Putin busca apoyos internacionales a cambio de vacunas. Sabe que muchos países acuden a Moscú tras agotar la búsqueda de vacunas occidentales, pero da igual, toma nota pero no discrimina y atiende a los desesperados. Es la oportunidad de Rusia para recuperar protagonismo. Argentina, a día de hoy, sólo tiene vacunas rusas; fracasó en la compra de todas las demás. El heterodoxo primer ministro húngaro ha mandado a paseo a Bruselas exhibiendo las vacunas rusas, con las que está recuperando la popularidad ante su población.

Pero el gran escándalo en este tema es el de China. El gigante asiático ha vacunado a menos gente que Europa. O sea, casi a nadie. Pero, mientras tanto, ha vendido sus vacunas por todo el mundo. Incluso los Emiratos Árabes las han comprado. Y media Sudamérica; y Oriente Medio; y el Caribe. China está usando las vacunas como arma de conquista. O, más exactamente, como remate a una larga historia de inversiones en proyectos en el Tercer Mundo dedicados a hacer diplomacia. En unos meses, cuando tenga lugar la conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, verán cómo extrañamente las posturas chinas, normalmente en favor de no reducir la contaminación, tienen apoyos inesperados, sorprendentes. Miren de dónde vienen las vacunas que suministran a su población y ya no se sorprenderán tanto.

Las potencias occidentales tradicionales, Europa y Estados Unidos, no están ni se las espera. Sus poblaciones no están para diplomacia. Estados Unidos al menos tiene un buen pretexto: ha vacunado a los suyos; Europa, ni eso. Biden, pese a todo, ha conseguido desviar unas pocas vacunas para México y Canadá, pero nada más. En una democracia, la gente no perdona no ser vacunada. Lo de Europa es peor, es para reflexionar seriamente. Estamos haciendo el ridículo propio de un rico arruinado: sólo nos quedan algunos gestos de lo que un día fuimos y ya ni nosotros recordamos. Hasta Johnson promete vacunas a Irlanda, para recordarle que no sólo Bruselas puede ayudarle. Escuchar a Jean Claude Juncker arremeter sin piedad contra Ursula von der Leyen es el síntoma de una enfermedad incurable. Una tragedia.

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