«Purificador», «inquisidor», guardián de la ortodoxia de la Iglesia, eurocéntrico y conservador han sido algunos de los adjetivos que se han dado a Benedicto XVI, quien ayer volvió a romper moldes al renunciar al papado, lo que no ocurría desde Celestino V en 1294.
Benedicto XVI sólo se considera, sin embargo, un «simple y humilde trabajador de la viña del Señor».
Así se presentó el alemán Joseph Ratzinger ante los fieles cuando el 19 de marzo de 2005 en el primer cónclave del siglo XXI fue elegido papa, un pontífice que en estos años no dudó en pedir que se rezara por él para ser un pastor «dócil y firme», para que «no huyera ante los lobos y dejara solo al redil».
Mano derecha
Ratzinger, que durante 24 años fue la mano derecha del ya beato Juan Pablo II y llevó las riendas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio, llegó al Papado con fama de «duro» y a la vez como el gran favorito, el único capacitado para suceder a Karol Wojtyla.
Considerado como uno de los grandes teólogos de este siglo, de todos era conocido su deseo de regresar a su Baviera natal, lo que al final no se materializará al quedarse a vivir en el Vaticano.
También prefería -según desveló él mismo- que los cardenales se fijaran en otro más fuerte para guiar a la Iglesia en este principio de tercer milenio.
Prueba de su escaso deseo de ser elegido Papa son las meditaciones que escribió para el Vía Crucis del Viernes Santo de 2005, pocos días antes de la muerte de Juan Pablo II, la homilía que pronunció en el funeral de Wojtyla y en la misa previa al Cónclave.
En ellas se mostró al mundo como un cardenal que no temía decir las cosas por su nombre y muy crítico con los miembros de la Iglesia, de la que dijo es una «barca que hace aguas».
Según los observadores vaticanos, un cardenal que tiene pretensiones de ser elegido papa, jamás hubiera pronunciado en los días previos al cónclave palabras similares. Ratzinger, sin embargo, fue elegido el 265 papa de la historia de la Iglesia y su elección levantó recelos y no fueron pocos los que sentenciaron que era «más de los mismo» y representaba la involución.
Su primera aparición en público ya sorprendió, porque se vio a un papa que llevaba bajo la sotana un simple jersey de lana, poco preocupado por la imagen y que sus primeras palabras fueron: «los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador en la viña del Señor y me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes (en referencia a él)».
En la homilía con la que inauguró su pontificado volvió a sorprender al afirmar: «mi programa de gobierno es no hacer mi voluntad y no seguir mis propias ideas, sino ponerme junto con toda la Iglesia a escuchar la palabra y la voluntad del Señor y dejarme conducir por El».
La imagen de Ratzinger evolucionó a lo largo de su pontificado desde una visión de «duro» a una más amable y cercana.