El reo mexicano Humberto Leal fue ejecutado ayer en Texas tras la negativa del Tribunal Supremo de EEUU, por cinco votos frente a cuatro, a detener su muerte en una decisión que el Gobierno de México condenó «en los términos más enérgicos».
El silencio del gobernador de Texas, Rick Perry, que pudo haber concedido una suspensión de 30 días pese al fallo del máximo tribunal estadounidense, allanó el terreno para una ejecución que trató de impedir incluso la Casa Blanca.
Leal fue declarado muerto a las 6.21 local (23.21 GMT) en la prisión de Huntsville, la más antigua de Texas y donde el estado lleva a cabo las ejecuciones. Su muerte tuvo lugar diez minutos después de que comenzase a fluir la inyección letal.
«Lamento todo lo que he hecho, todo el daño que he ocasionado a mucha gente», afirmó el condenado durante sus últimas palabras.
«Por años no pensé que merecía ningún tipo de perdón. Me responsabilizo totalmente por esto», añadió el ejecutado originario de Monterrey, condenado a la pena capital en 1994 por la violación y asesinato de Adria Sauceda, de 16 años.
Poco antes de morir se dirigió a los familiares de la víctima a los que dijo lamentar todo el daño que les había ocasionado.
«Por favor perdónenme. Siento lo que hice, pido su perdón», indicó, para dirigirse a continuación al fiscal a quien también pidió perdón.
Tras gritar dos veces «Viva México», dijo a los guardias estar «listo» y los invitó a hacer «que el espectáculo continúe».
Leal recibió esta mañana las últimas visitas de sus amigos y de sus cuatro hermanos, que estuvieron con él un par de horas en una sala especial para estos casos, dotada de cristales blindados, que separan a los reos de los visitantes.
El reo eligió como última cena tacos de carne asada, pollo frito, pico de gallo y coca colas.
Sandra Babcock, que encabezaba la defensa de Leal, dijo a Efe que «EEUU no cumplió con su compromiso de hacer valer la ley».
La abogada indicó que el reo mexicano fue ejecutado «a pesar de que sus derechos a la asistencia consular fueron violados». Añadió que de haber contado con esa asistencia durante el juicio en 1995, Leal «habría tenido una oportunidad real de probar que no era culpable de asesinato».