JOAQUÍN RÀBAGO-LONDRES
La fuerte sangría de votos laboristas en las elecciones generales
del jueves en el Reino Unido, atribuida a la guerra de Irak, no
sólo le ha amargado la victoria al primer ministro, Tony Blair,
sino que ha provocado una fuerte división en el partido
gobernante.
No hay ambiente triunfalista este fin de semana entre los laboristas a diferencia de lo que ocurrió tras sus dos victorias anteriores (1997 y 2001), sino que parece predominar la acritud y el resentimiento.
Lejos de los focos de la actualidad, el primer ministro se dedicó el sábado y domingo a la formación del Ejecutivo, que mantiene a varios pesos pesados del gabinete anterior y recupera a algún fiel como el ex titular de Interior David Blunkett.
Ni siquiera se dejó ver ayer en la ceremonia de colocación de una corona de flores ante el monumento a los caídos en el barrio del Gobierno en el 60 aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, en la que estuvo representado por el nuevo titular de Defensa, John Reid.
El ex ministro laborista de Asuntos Exteriores Robin Cook, que instó el sábado a Blair a dejar paso a un sucesor antes de las elecciones locales de la próxima primavera, relacionó ayer directamente la pérdida de votos con la guerra de Irak.