El Vaticano ha establecido claramente el procedimiento para verificar la muerte de un Papa. Cuando el Papa muere, el prefecto de la casa papal, en la actualidad el obispo James Harvey, informa al camarlengo, el cardenal Eduardo Martínez Somalo, que debe verificar el fallecimiento. Debe hacerlo en presencia del maestro de ceremonias papal, hoy en día el arzobispo Piero Marini, los prelados clericales de la Cámara Apostólica y del secretario de la Cámara Apostólica. El secretario de la Cámara Apostólica elabora una partida de defunción. El camarlengo entonces comunica la muerte del Papa al vicario de Roma, el cardenal Camillo Ruini, y es el vicario quien informa al pueblo de Roma. Mientras tanto, el prefecto de la casa papal se lo dice al decano del colegio de cardenales, el cardenal Joseph Ratzinger, quien a su vez se lo informa al resto la universidad, a los embajadores acreditados en la Santa Sede y a los jefes de las naciones. Aunque éste es el procedimiento formal, cuando fallezca el Papa, la mayoría de la gente lo sabrá por los medios de prensa. Hasta 1903, cuando murió el Papa León XIII, el fallecimiento de un Papa se verificaba golpeando ligeramente la frente de los pontífices con un martillo de plata. Esto también se pudo haber utilizado con Juan XXIII, quien murió en 1963.
Los funerales de los papas duran nueve días consecutivos, y su cuerpo debe ser inhumado entre el cuarto y el sexto día después de la muerte, salvo alguna razón especial, según las disposiciones definidas por Juan Pablo II en la Constitución Apostólica de 1996.
El documento establece con precisión los trámites que se deberán cumplir para las exequias y el mecanismo para elegir al sucesor. Cuando el Camerlengo constata la muerte del pontífice y anuncia la noticia al pueblo romano, los cardenales deben fijar el día, hora y modalidades del traslado del cuerpo del Papa difunto a la basílica del Vaticano para ser expuesto al homenaje de los fieles.