La ONU denunció ayer en Kabul que los talibanes impiden a la población de Kunduz salir de la ciudad, mientras la Alianza del Norte prepara el asalto final sobre el último reducto integrista en el norte afgano. En el otro frente, la milicia integrista continúa desafiando los bombardeos de los aviones de EE UU en su bastión de Kandahar, en el sur, dispuesta a combatir hasta la muerte y cada día más aislada, tras la decisión de Pakistán de suspender sus lazos diplomáticos con los talibanes y ordenar el cierre de su embajada en Islamabad.
El comandante Daud Jan, uno de los responsables del asedio a Kunduz, anunció ayer una «inminente» ofensiva «desde cuatro frentes» para barrer toda resistencia y aseguró que el ataque «era inevitable», aunque «se aceptara ahora la rendición», tras el fracaso de las maratonianas negociaciones de Mazar i Sharif. Aunque la Alianza había anunciado en la noche del miércoles por tercera vez en tres días la rendición talibán en Kunduz tras duras conversaciones, a lo largo del día de ayer tuvieron que reconocer que muchos integristas se negaban a entregarse y preferían resistir a sangre y fuego.
El factor que pesó más en esta confusa jornada de mentidos y desmentidos sobre la capitulación de Kunduz fue la voluntad de resistir hasta la muerte de los miles de extremistas extranjeros, la mayoría miembros de Al Qaeda, la organización terrorista dirigida por Osama bin Laden. Estos extranjeros son los más reacios a la rendición porque temen ser ejecutados por los milicianos de la Alianza del Norte. Tras las informaciones sobre la brutalidad de la «internacional musulmana» con la población civil y las ejecuciones de prisioneros tomados a la Alianza, pocos deben creer entre los integristas que los opositores no aplicarán la ley del Talión a la caída de Kunduz.
Cientos de hombres de la Alianza llegaron en camiones pesados a las inmediaciones de Kunduz, que si no lo remedia un trato en la sombra de última hora, se puede convertir en la tumba de la resistencia talibán en el norte de Afganistán.