El Kremlin protestó enérgicamente ayer, aunque luego bajó el tono, tras el anuncio de Estados Unidos de que acelerará las pruebas para desplegar un sistema de defensa antimisiles. «El mundo entra de hecho en una nueva carrera de armamentos», advirtió con vehemencia el mariscal Igor Serguéyev, hasta hace dos meses ministro de Defensa y en la actualidad asesor del presidente ruso, Vladímir Putin.
Serguéyev se lamentó de que «ninguno de nuestros argumentos haya detenido el afán de EE UU de lograr el hegemonismo en el campo de las armas estratégicas», y denunció que «la globalización de hecho se está convirtiendo en americanización». Pero minutos después, el propio Putin matizó la reacción de Moscú al anuncio hecho el jueves en el Congreso de Washington por Paul Wolfowitz, secretario adjunto de Defensa de EE UU, de que según los planes del Pentágono las pruebas para el escudo antimisiles podrían chocar con el tratado ABM «en cuestión de meses, no de años».
Putin dijo que «la seguridad internacional es la mayor preocupación de Rusia», pero que lo verdaderamente «imprescindible» es «la entrada del país en la comunidad mundial». El Presidente ruso, quien se reunió ayer en el Kremlin con el antiguo secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, subrayó que las cuestiones de seguridad estratégica deben ser negociadas, en alusión al diálogo con Washington, China y Europa.
Con esta declaración, Putin se desmarcó personalmente de la dura respuesta de Serguéyev y otros altos cargos rusos a la confirmación por Wolfowitz de que el tratado ABM no será obstáculo para desplegar el escudo antimisiles. Tras su reunión con Putin, Kissinger manifestó su optimismo de que al final Moscú y Washington lleguen a un acuerdo sobre el ABM y el escudo antimisiles pese a los gestos airados rusos. Estados Unidos «comienza a poner en práctica la llamada doctrina de la disuasión unilateral», lo que tendrá «consecuencias muy graves en la esfera de la proliferación de cohetes y tecnología balística», declaró Serguéyev.