Las atrocidades que sigue cometiendo el régimen de Belgrado contra la población civil albano kosovar preocupa cada vez más a la Alianza Atlántica, que afirmó ayer haber localizado vía satélite nuevas fosas comunes y calcula que durante las últimas tres semanas se han producido más de 3.200 ejecuciones.
Mientras los refugiados albano-kosovares siguen llegando por miles a los países vecinos, huyendo de la limpieza étnica que llevan a cabo las fuerzas serbias en Kosovo y que la OTAN reconoció ayer que no puede detener de forma automática con los bombardeos.
Más de 15.000 albano-kosovares llegaron ayer a Morina (noreste de Albania), en medio de una intensa lluvia y frío, en tractores y a pie, la mayoría procedentes del centro y norte de Kosovo, sin documentos de identidad y con los rostros llenos de lágrimas. «Detrás de nosotros hay unos diez kilómetros de cola. Ya no queda nadie en Kosovo», explicó una mujer, exhausta, que llegó encogida en un camión desde Kadine.
«La milicia serbia nos ha ordenado huir hacia Albania. Nos ha obligado a venir aquí. Es muy duro dejar nuestro país, pero no nos queda más remedio», dijo un hombre de unos 50 años.
El viceministro británico de Defensa, Douglas Henderson, informó de que más de un millón de albano-kosovares han sido obligados por las Fuerzas Armadas serbias a abandonar sus hogares y, de ellos, 560.000 han huido a países vecinos.
ACNUR, la oficina de la ONU para los refugiados, advierte por su parte que unas 100.000 personas se encaminan hacia Macedonia, cuyas autoridades se muestran reticentes a seguir recibiendo refugiados.
La capacidad de acogida de Albania se está viendo ampliamente rebasada por la llegada en masa de nuevos refugiados, a un ritmo de unas mil personas por hora, lo que está provocando serios problemas en el suministro de alimentos, de alojamiento y logísticos a la ACNUR. La nueva oleada de deportados que llegan a Albania y Macedonia hace temer que estos dos países se conviertan en dos inmensos campos de refugiados.