Hacía muchos años que no se veía un nivel de tanta alegría desatada en el PP. La última vez que celebraron una victoria fue en mayo de 2011, pero aquel entusiasmo duró lo que tardaron los ‘populares' en conocer a José Ramón Bauzá, al que los ciudadanos de las Islas votaron masivamente cuando no lo conocían y dejaron de votar con la misma urgencia cuando lo conocieron. Esa alegría efímera les permitió salir temporalmente del absoluto bache anímico en el que se hundieron en 2007, cuando Jaume Matas, en un acto de absoluta irresponsabilidad con el partido, les dejó a su suerte opositora mientras él se trasladaba a vivir a Washington una opulenta nueva vida.
El PP balear entró en crisis en 2007 y salió muy brevemente de ella en 2011 con una resultados electorales hinchados por la coyuntura del momento, aquellos 35 diputados de Bauzá, que no fueron más que un mero espejismo. Bauzá aniquiló las bases de la formación, crispó a la sociedad balear y provocó una profunda división interna que solo ahora han comenzado a suturar.
Gabriel Company sufrió esa ruptura interna y no tuvo habilidades para coser una formación en la que muchos le consideraban un ajeno al partido, un recién llegado que no entendía las claves de un partido complejo que llegó a sacar más del 50 % de los votos en alguna elección.
Esta por ver si Marga Prohens es el revulsivo que necesita el partido para salir de esa depresión y si el viento de cambio de toda España y los errores de sus oponentes en estas elecciones le ha empujado hasta el Consolat de la Mar para cuatro años o para ocho. No hay nada como una victoria para insuflar ánimo y nada como el poder para ejercer de pegamento de los rotos históricos del partido, así que, en principio, parte con cierta ventaja para recomponer a un PP que llegó a quedar por debajo de Cs en unas elecciones generales.
A Prohens le llega ahora el reto de sobrevivir a una legislatura muy complicada en la que le tocará lidiar con Vox. No es la primera vez que en Balears hay un gobierno en minoría, pero Prohens se enfrenta a un desafío complicado, con un partido de extrema derecha que tratará de cobrarse un peaje cada vez que la futura presidenta necesite sus votos. Si sobrevive, su mayoría será más abultada en 2027; si perece, volverá la izquierda.
Al otro lado de la barrera tampoco van a estar fáciles las cosas porque, muy probablemente, la izquierda se queda sin su líder natural, que es Francina Armengol. Decida lo que decida –irse como candidata a Madrid o quedarse en Palma para hacer una pregunta a Prohens en los plenos de los martes– ella ya no será la cabeza visible en las elecciones de 2027. La izquierda tiene que construir un nuevo líder. En las filas de Més se esperaba que el PSIB cayera mucho más de lo que ha caído y que Més ganara más diputados para tratar de visualizar que ese nuevo líder de la izquierda no tenía por qué ser un socialista, sino que podía ser Lluís Apesteguia. Las urnas han dicho lo contrario y el PSIB ha sumado votos y Més los ha restado. Mal panorama: que miren todo lo que ha pasado estos años en el PP para tratar de no repetir sus errores y minimizar daños.