Frente al mercado de Pere Garau, Araceli, al frente de su tenderete de ropa pregona de sus pantalones: «¡Hacen ‘cuerpo Danone'!» Eso no hay promesa electoral que lo iguale ni programa que lo supere. Los ciudadanos que paseaban entre los puestos casi que le dan más verosimilitud a los efectos milagrosos de los pantalones que a los mensajes electorales. El lunes, el día más flojo en el mercado, con pescaderías cerradas, apenas había señales en la barriada más populosa de Palma de que estamos en campaña. Pocos carteles y pequeños y nula presencia matutina. «Sí estuvieron el otro día por aquí los del PP», cuenta Araceli. «Otros años montaban mesas por aquí casi todos los partidos, pero por ahora, no».
Sea por la falta de ambiente o por lo imposible de competir con los ‘cuerpos Danone' cunde el descreimiento y la apatía. José Antonio, jubilado, echa pestes: «Yo no voy a ir a votar. Son todos unos sinvergüenzas, unos ‘tragaollas'. Unos tragones», despotrica y, a medida que coge carrerilla, el discurso se hace más áspero.
A unos metros la tertulia del café tampoco abunda en el tema campaña. Jesús Guardiola es de los pocos con ganas de comentar las elecciones. «Opino que son actores y que van al mejor postor empresarial». A pesar de su escepticismo asegura que sí irá a votar dentro de diez días. Otro que también lo hará es Ernesto Camba, que va de camino a la cafetería y aprovechará para informarse, «mucha gente no lo hace. Yo voy a leer el diario cada día». Es de los optimistas con la campaña: «Va bien, sí que se han visto obras estos años y adelantos en Palma», opina.
Gemma Conejero, abogada, es pesimista: «Veo que se ayuda a los que no trabajan y poco o nada a los que sí trabajan. Últimamente estoy viendo situaciones que no se daban nunca, como gente que no puede pagarme porque no tiene dinero. Nunca había pasado». Es una de las reflexiones más comunes. Lo justo que está el bolsillo. En torno a los puestos del mercadillo, varias mujeres se quejan de lo mismo. A pie de uno de los puestos, un joven, señala a la mayoría de los encargados de los mismos, ya mayores. «Si no fuera por esta gente, no tendríamos lo que tenemos. Ni políticos ni los jóvenes».
Otra de las constantes es que no hay muchas ganas de campaña. Miguel Sastre comenta: «Yo ya tengo la televisión y la radio apagada. Es un bombardeo constante. Es como cuando llegan los anuncios de Navidad». Hace lo mismo con las redes sociales. «Twitter lo tengo apartado. Llega un momento en que todo es crispación e insultos. Nadie pone una idea». Así, coge distancia de la contienda.
Hay quien hace lo mismo pero porque tiene las cosas muy claras. Francisca Calafell pasa de la campaña por otro motivo: «No sigo la campaña nada, no la sigo nunca. Siempre he votado y voto a los mismos. Todo ese esfuerzo se podría invertir en otra cosa». Está en la puerta de una tienda de productos para niños con su marido, Miguel Llabata. «Ahora ves a muchos políticos por la calle», dice este y justo pasa por delante el concejal Pep Lluis Bauzà, calle Nuredduna arriba. Saluda. Llabata continúa: «Lo curioso son los mítines. Yo los haría pero al revés, que no sean los políticos los que hablan al público sino la gente la que preguntara». Lunes a dos semanas de la cita electoral, Araceli mete prisa a los curiosos para que compren: «Rápido, que me voy».