Nísperos, melocotones, paraguayos, peras, manzanas, naranjas… el cultivo de los frutales en Menorca ofrece un abanico amplio de productos para el consumo que constituye un auténtico tesoro para el consumidor. Decir que la fruta de Menorca es mejor que la que llega de fuera de la isla, como presume el antropólogo menorquín Adolf Sintes, no es caer en un chovinismo sin sentido, es una realidad tangible para cualquiera que la pueda catar a ciegas. Su principal ventaja, afirma Sintes, es el tráfico del árbol a la mesa en un tiempo mínimo, justo recién madurado, fase en la que gana en azúcares y propiedades nutritivas.
Quien lo sabe bien es Llorenç Caules, agricultor nacido en Alaior que lleva treinta y cinco años ligado a la tierra que sus abuelos empezaron a cultivar en el Barranc del Rellotge de Alaior y que posteriormente prosiguió su padre en Son Magná, una finca de ocho hectáreas. Tres generaciones de Caules, ejemplo de pequeños agricultores que controlan y llevan a cabo todo el proceso productivo, desde la plantación hasta la comercialización, como ejemplo diáfano de lo que debemos entender como un producto de kilómetro cero.
Variedades transmitidas de generación en generación que se han convertido en todo un activo por el sabor y la textura diferenciada que desde Frutas Caules distribuyen a los comercios locales de la isla. Llorenç es uno de los ocho productores frutícolas que existen en Menorca y que pertenecen a la Agrupació de Defensa Vegetal Fruta Menorca.
ORÍGENES. El mes de febrero no es la mejor época del año para que luzca el extenso campo que cultiva Llorenç Caules en su finca de Alaior, aunque algunos de los 600 melocotoneros ya empiecen a florecer. “Los árboles necesitan sus tempos entre floración y floración, que si se ven alterados por temperaturas inadecuadas pueden restar producción”, comenta Llorenç. En Son Magná se cultivan infinidad de variedades, desde el Maycrest al Springlady o el Royal Gold, aunque tan solo sepamos distinguir melocotón de viña y melocotón rojo. “A nivel popular lo llaman de viña pero no tiene nada que ver con la vid”, relata Llorenç. La finca, situada en una zona húmeda y protegida por la Tramuntana, también tiene plantados 200 nísperos, 150 perales y 50 ciruelos, entre otros frutales. “En invierno aprovechamos para renovar los árboles de manera rutinaria con el fin de evitar que la huerta envejezca de golpe”, explica Llorenç.
Además de Son Magná, también explota otra finca de dos hectáreas no muy lejana en la que tiene plantados 1.000 manzanos. “Con el paso de los años, he podido mecanizar el trabajo y lo que antes mi padre hacía en un día, ahora lo puedo hacer en dos horas”, comenta Caules. En este sentido y gracias a la tecnología, ha incluido plataformas mecánicas autopropulsoras para facilitar la recogida y ha automatizado procesos como el riego, para ganar tiempo para otras tareas.
Dos días por semana los destina al reparto a los distintos establecimientos comerciales de la isla a los que suministra, como la Cooperativa San Crispín, que hace 15 años que le compra la fruta, o algunas de las paradas del mercado del Claustro de Maó. “En verano también hago reparto a fruterías de temporada a las que ya suministraba mi padre”, detalla orgulloso este agricultor.
En Frutas Caules disponen de una cámara frigorífica que le ayuda a mantener el producto bien conservado para su comercialización. “Una pera o una manzana se puede recoger y estar hasta 30 días en nevera a una conservación de 2 a 3 grados sin perder sus propiedades. Un melocotón, por ejemplo, no puede llegar a diez días”, explica.
Algunas de las variedades que produce en su finca son autóctonas, como por ejemplo la pera fina que recoge por San Jaime; la manzana dulce, que empieza a finales de agosto; la blanca, de finales de octubre, o la manzana d'en Xec o la de Kane.