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Economía global y política nacional, por Tomás Méndez

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La globalización, a pesar de sus defectos, está generando por todo el mundo cambios beneficiosos que resultaban inimaginables hace tan solo una generación. Es conveniente recordar que desde la Segunda Guerra Mundial, la economía global ha elevado los niveles de vida de prácticamente todos los habitantes del planeta. Las economías crecen y prosperan a medida que sus habitantes aprenden a participar de la división del trabajo a nivel mundial. La capacidad de buscar por todo el mundo las fuentes más competitivas de trabajo no solo reduce los costes laborales sino que también aumenta la productividad del trabajo y los niveles de vida.

Los dramáticos cambios de la tecnología están generando hoy una tasa de cambio extraordinariamente rápida. En el pasado, se necesitaban generaciones enteras para que los cambios sociales y políticos calaran en el pensamiento de la gente. Hoy, las ideas nuevas son capaces de difundirse por todo el mundo, no en años, sino en meses, en días. De hecho, uno de los fenómenos es el de que entre las economías más dinámicas de los países en vías de desarrollo están proliferando éxitos que, como los logrados por China y por la India, están asombrando al mundo. En estos países, algunos de los cuales han logrado no solo salir de la pobreza, sino incluso alinearse entre los países desarrollados del mundo, cientos de millones de personas han salido de la pobreza extrema. En una generación China se ha convertido en una potencia económica y cientos de millones de personas que vivían en la pobreza tienen la oportunidad de viajar y disfrutar de un alto nivel de vida. La pobreza extrema está cediendo en gran parte del mundo, pero todavía hay desafíos enormes como el hambre, la guerra, migraciones masivas y el cambio climático.

Otro gran desafío es la pobreza relativa que se ha instalado con la crisis en España y en Europa. La pobreza relativa está en gran parte ligada al paro y a los empleos precarios está avanzando en España y se está agrandando la desigualdad. Hay una gran dificultad para reducir la desigualdad en los países ricos expuestos a una gran competencia de países de bajos salarios. No se puede resolver a nivel local o nacional un problema que es global. El poder económico es global en manos de grandes empresas y países fuertes con reglas globales y mercados globales. Formamos también parte de la Unión Monetaria Europea con sus reglas que limitan nuestra política económica, especialmente el nivel de déficit de los presupuestos públicos. La moneda no la emitimos nosotros sino el Banco Central Europeo sobre el que tenemos poca influencia. No tenemos poder para tomar decisiones, solo podemos negociar e intentar influir, somos dependientes de otros poderes y tratados. Es igual el partido que esté en el poder nacional ya que no puede cambiar solo las decisiones globales de Europa, como hemos visto en el caso de Grecia. A un poder global le correspondería un gobierno global una mayor integración política en la UE. Tampoco a nivel nacional la ciudadanía tiene poder ante las grandes empresas en sus decisiones que afectan al empleo como son los cambios tecnológicos, cierres o deslocalizaciones. A nivel nacional no sabemos ni podemos solos construir algo mejor.

La gran amenaza que tiene España es la inadecuada política económica europea que lleva al estancamiento económico y por otra parte la falta de innovaciones masivas que potencie la revolución digital, y como país nos plantea dos grandes retos. Por una parte la necesidad de impulsar valores y mentalidades nuevas en las personas y las empresas, y por otra parte enfrentar el importante paro tecnológico que nos deparará el futuro con nuevas ideas sobre el reparto del trabajo y de cambios institucionales que eviten que en un mundo robotizado la distribución de la renta esté determinada únicamente por la aportación a la producción. Este será el tema del próximo artículo.

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