De qué está hecha la escritura, de qué influencias bebe es un tema que siempre ha interesado a Leila Guerriero (Argentina, 1967). Por eso, no es de extrañar que haya sido ella la que ha elegido esta compleja cuestión para uno de los encuentros organizados por CaixaForum junto a Pol Guasch. Este martes 13 de mayo, este espacio de Palma acogió la primera de las sesiones que ambos protagonizan en otras sedes del centro, como Barcelona y València.
Imagino que no es purista y reconoce que ninguna creación parte de cero.
No sé si alguna vez hubo algo así, el primer tipo que pintó una flecha en una cueva tal vez, pero a partir de ahí... No puedes ser una persona creativa y creadora en una burbuja de atmósfera controlada.
¿Piensa en la apropiación cultural, en las influencias?
La apropiación cultural es un término que no me gusta, porque me parece una idea extraña. Es más bien que estamos en un océano de cosas de las que te vas empapando y a veces puedes elegirlas, hasta un punto. No puedes decir algo como ‘ahora seré influida por Nabokov’. Simplemente sucede.
¿Cuáles son sus influencias?
En estas conferencias de CaixaForum no hablo sobre las influencias supuestamente virtuosas o prestigiosas, porque no solo me ha impactado leer a grandes autores como Bradbury, Cortázar o del boom latinoamericano; luego franceses y alemanes y, ya en la vida más adulta, a los grandes de la literatura norteamericana contemporánea. Es también un cúmulo de consumos culturales sin prestigio. Por ejemplo, me impactó la película de los 80 Fame. El filme, que va sobre un grupo de bailarines que quieren triunfar, entusiasmados por seguir la llamada de lo que quieren hacer es una influencia para mí, aunque no se traslada directamente a mi escritura. Pero sí es cierto que ese envalentonamiento, ese entusiasmo está en mi escritura; esa fuerza, ese empuje...
¿Valentía?
No sé si valentía, tal vez insolencia, y eso viene de cosas así.
Tener tan claras sus influencias implica tener un gran autoconocimiento.
Es que también es importante el vínculo de respeto y agradecimiento con, digámoslo así, nuestros mayores; pero no solo con los que nos han precedido, sino con nuestros contemporáneos. En mi caso, por ejemplo, quien tiene una influencia directa sobre mí es Rodrigo Fresán. Y no solo su escritura, en la que me reconozco, sino como mapa de lecturas. Rodrigo me recomienda libros, sobre todo es un gran conocedor de la literatura americana contemporánea. Eso se lo debo a él.
¿Afronta de la misma manera la escritura de sus artículos periodísticos que un libro como por ejemplo La llamada (Anagrama, 2024)?
Me coloco en el mismo lugar, aunque es diferente. Al tener que escribir tantas columnas hace que tenga que estar pendiente, mirar atentamente. En cambio, con libros como La llamada, lo que tengo que intentar es suspender el juicio moral, el prejuicio hasta donde se puede. Con los libros los temas han llegado de diversas maneras, inesperadas, nunca digo ‘voy a escribir este libro ahora’. Es algo que viene, a la inversa que las columnas, que las tengo que buscar. Ayer [por el lunes] salí a caminar por Palma y vi un cartel en la puerta de una iglesia que me hizo pensar cosas que, a lo mejor, acabarán siendo un artículo.
En La llamada cuenta la historia de Silvia Labayru, quien fuera secuestrada y torturada en la Escuela Superior Mecánica de la Armada (ESMA) durante la última dictadura argentina. ¿Cómo consigue que alguien se abra para contar su intimidad? Imagino que a base de tiempo, de construir una relación de confianza.
Efectivamente tiene que ver con el tiempo, necesario para generar esa confianza con el otro. Lo primero es mostrar francamente lo que quieres hacer, no ocultando que eso te va a llevar tiempo, pero también hablar con otras personas. Básicamente poner las cartas sobre la mesa. Nunca enseño mis textos, tampoco en La llamada, así que la confianza es clave.
¿Nunca los enseña, de verdad?
Nunca. De hecho, en la primera conversación que tuvimos ya se lo dije. Le llevé mis libros y mis artículos para que me conociera, y ella me lo preguntó y dije que no. Y les di mis motivos.
¿Cuáles?
Entre otros, que la escritura necesita mucha libertad. Enseñar lo que has escrito, cuestionándote, es como si alguien te estuviera mirando por encima del hombro. Y lo entendió. Me pidió grabar nuestras conversaciones y, por supuesto, a eso accedí. Pero nunca lo llegó a hacer, pero le dio tranquilidad saber que podía. Lo que hay que hacer, en primer lugar, para que alguien te confíe su historia una y otra vez es ser un interlocutor informado. Y transformarte en un interlocutor interesante para el otro, claro. En el caso de Silvia, que implica tratar de temas sumamente escabrosos y complejos como la tortura, la violación o el secuestro, simplemente se trataba de demostrarle que no estaba preguntando por morbo o curiosidad perversa, sino para contar la historia de la mejor manera.
¿Le apetece probar con la ficción?
Lo único que escribo de ficción últimamente son las columnas de la serie Instrucciones, que son como frankensteins de distintas situaciones. Y es ficción hasta cierto punto, porque escucho o recuerdo algo que me pasó y le echo muchas hormonas y lo hago crecer.
¿Pero no se cierra la puerta a ello?
No abro ni cierro ninguna puerta. Si, por ejemplo, me preguntaran si me gustaría conocer Australia, contestaría que no me da curiosidad, aunque si me invitaran tal vez iría. Sencillamente no es una pregunta que yo me haga, no me preocupa.
¿Sería como preguntarle si haría un documental?
Pues tal vez sí, porque me encanta el cine. El problema es que lo que me gusta de la escritura es que estás tú con la escritura. En cambio, en el cine, eres tú con muchas personas.
Le alivia que en la escritura todo dependa de usted.
Sí, es algo que, en vez de ser aterrador, me resulta tranquilizador. Lo que llevaría mal de hacer documentales serían los tiempos muertos, la espera.
¿Es muy ansiosa?
No, solo creo que tengo demasiado fuerte la conciencia del tiempo que se va y no vuelve. No es que esté todo el tiempo haciendo cosas, pero me falta la intensidad de las horas muertas, del tiempo lapidado.