EL DÍA DEL LIBRO

Sant Jordi, el gran día para aquellos que aman los libros

Palma se inunda de gente por la festividad de Sant Jordi que invita al público de manera masiva a echarse a las calles ante un día plenamente primaveral y la gran oferta literaria

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La Plaça Major fue uno de los puntos neurálgicos de Ciutat durante Sant Jordi. | P. Pellicer

| Palma |

Alcanzo un libro en uno de los estands. Se trata de Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. Abro la primera página y leo: «Ningún artista es durante las veinticuatro horas de su jornada diaria ininterrumpidamente artista». Eso se podría decir de los escritores, ¿no? Ayer, al menos, muchos de ellos parecían gente normal en lugar de esos huraños inquisidores del día a día que otean el mundo para crear otros. A mi derecha, Antòna Vicens firma ejemplares de su libro 39º a l’ombra. Lo hace sentada, precisamente, a la sombra, pero no a 39 grados, sino a unos fresquitos 18 o 20. El año pasado era la lluvia la que empañaba Sant Jordi, pero ayer ni rastro de ella. El sol caía con fuerza y algún librero miraba con la ceja arqueada hacia el cielo. «En vez de paraguas tendría que haber traído protector solar», infería. El cielo, no obstante, no robó el protagonismo, y todos los ojos se posaban en las hojas de los miles de libros que inundaron Palma por motivo del que es su día y de nadie más. ¿O no?

Y es que, ¿qué sería de los libros sin los que los leemos? Ayer fue también nuestro gran día y se alinearon los astros. Buen tiempo, vacaciones de Semana Santa para muchos y calles que invitaban a ser transitadas en busca de páginas y pétalos. Para los que no gustan las aglomeraciones, Sant Miquel, Plaça Major o la Rambla podrían ser lugares a evitar. Bueno, a decir verdad lo son para muchos de marzo a noviembre por aquello de la masificación, pero ayer la sensación festiva fue constante, avivada por Tom y Rosa, los caparrots que durante todo el día pasearon al ritmo de la música invitando a bailar a pequeños y no tan pequeños. Ya lo decía Nietzsche: «La vida sin música sería un error». Sant Jordi también.

La Plaça Marqués del Palmer fue también de las más transitadas. FOTO: PILAR PELLICER

La mañana arrancó de manera prometedora. Las oleadas de gente se sucedían, con muchos turistas disfrutando de la estampa, y los libreros se frotaban las manos entre libro y libro vendido. Ya lo decía alguno: «Hemos recuperado las horas perdidas el año pasado por la lluvia», la misma que decidió no hacer acto de presencia. No sería de extrañar imaginar a algún miembro del Gremi de Llibreters realizando alguna suerte de ofrenda a los dioses del tiempo que se quiera para que no aguaran la fiesta. Sea como fuere, deseo concedido.

Sensaciones

Y es que hay otra pregunta que hacerse, ¿qué sería de nosotros, los que leemos, sin los libreros que nos venden los libros? Ayer fue también su gran día, sí. Miquel Ferrer, presidente de ese gremio y copropietario de Rata Corner yLittle Rata, se mostraba esperanzador ya desde la mañana y al llegar la tarde-noche lo confirmaba: «Muy buenas sensaciones», confesaba y añadía que esperaban poder corroborarlas con buenos datos. Algunos de sus colegas a lo largo del itinerario coincidían: «Podrían ser todos los días así».

No empezaba mal la cosa y tras una mañana frenética, la tarde entró en un pequeño descanso antes de volver paulatinamente a ser un río de gente inundando las calles. Así pues, desde la céntrica Plaça Major (donde convivían Llibreria Pròpia, Drac Màgic, Gotham, Quart Creixent, Lluna, Baobab, Univers del Còmic y Quars) hasta la Rambla (poblada por Ínsula Literària, Agapea, Finis Africae, Lila i els Contes, Es Raconet, Llibres Ramon Llull, Llibreria Campus y Curoelletes) o Via Roma (La Salina) las filas de libros en cada puesto solo rivalizaban con las de personas inclinándose sobre ellos. Tampoco se quedaban atrás en Cort (Literanta), Passeig del Born (La Librera del Savoy) o Plaça d’Espanya (Abacus y Cada del Llibre), donde sus ubicaciones espaciadas permitían un desahogo.

Era tal la cantidad de gente que, de hecho, había quien no dudaba en codearse, y no en el buen sentido, por hacerse un hueco y buscar ya fuera la deseada dedicatoria de su autor favorito o hacerse con alguna novedad o título anhelado. Incluidos niños que apenas llegaban a la altura de los estands y que debían casi gritar para hacerse oír. Y no duden, lo conseguían.

Una mujer observa un ejemplar en Plaça d'Espanya. FOTO: ALEJANDRO SEPÚLVEDA

Y, por último, ¿qué sería de los libros, los libreros y los lectores sin los que escriben, los escritores? Ayer tuvieron su gran día y, de hecho, es probablemente uno de los pocos al año en el que el ojo entrenado es capaz de ver algo raro: escritores corriendo. Lo hacían para llegar a la siguiente sesión de firmas, y hubo 150, por lo que se pueden imaginar las carreras que se echaron. Sant Jordi es también la excusa para poner cara a las palabras leídas y escribirlas a rostros nuevos en sentidas dedicatorias.

Terminamos la ruta cogiendo otro libro, Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Lo hojeamos por el final y leemos algo que podría aplicarse a cualquiera que ayer estuviera doce horas vendiendo o comprando libros al acabar la jornada: «Después entró en su casa por la puerta trasera [...] y se derrumbó de bruces en la cocina». Eso sí, rodeado de nuevos libros y alguna rosa.

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