Londres. En pleno ecuador de los 90, una excitante época de apertura, fusión y proliferación de nuevos géneros nacía en Morcheeba. Los hermanos Paul y Ross Godfrey unían sus talentos a la voz de Skye Edwards para alimentar las filas del trip hop, un sonido electrónico, envolvente y relajado que conjuga las atmósferas del hip-hop con el sentimiento del soul y una percepción absolutamente pop. El conjunto -ahora dúo- repasará sus once discos hoy en Magaluf, a las 22.00, en el ciclo Es Jardí.
El sonido de Morcheeba fue la respuesta que Londres ofrecía a Brístol, ciudad que a mediados de los ‘90 dominaba el panorama de la música electrónica con bandas como Massive Attack o Portishead. Parte de su éxito radica en que son, al mismo tiempo, orfebres de canciones y generadores de un sonido propio, bien reconocible y fácil de ser asimilado por grandes públicos. Lo demuestran temas como Trigger hippie, The Sea o Rome Wasn't Built in a Day que, junto al grueso de su producción, han despachado más de 10 millones de álbumes. Con ellos han girado por todo el mundo.
Skye tiene una de las voces más reconocibles de la industria musical, sabe como lucirse en canciones que asume como si de un ritual sanador se tratase, con tanta parsimonia como intensidad. Su tono suave, cálido y natural combinado con la guitarra psicodélica de Ross deviene una experiencia fascinante. Y sus canciones se declaran tan deudoras de Tricky como de Sade, con algunos toques de blues, acid-jazz, soul tierno, dub y funk, que, mezclados con unos platos de scratching, resuelven un sonido envolvente y molón.
Big Calm, álbum publicado en 1998 que vendió más de un millón de copias, es una de sus cimas creativas. Era un disco hecho de noche para ser escuchado de noche. En cambio, otro de sus grandes hitos discográficos, Fragments of freedom, es un trabajo con un sonido bien condimentado, quizá más escorado al soul, y con un regusto más alegre ideal para el día. Suena a Pee Wee Ellis, Stevie Wonder y el primer Michael Jackson.