Antes del arranque de su primera novela, Jesús Terrés (Valencia, 1977) avisa que el «dolor, la intimidad y lo aprendido», así como «la luz, el miedo y la consciencia» son todo verdad. «Casi todo lo demás es ficción», promete a la vez que confiesa que «nunca he tenido muy claro dónde acaba la literatura y dónde empieza la vida». El conocido autor de Nada importa se adentra en este debut en un «mar de tormentas, noches y pérdidas» para buscar la belleza. Así, de hecho, se titula la novela: Buscaba la belleza (Destino). La presentará este jueves 18, a las 19.00 horas, en Rata Corner (Palma).
Para Terrés, las fronteras entre ficción y realidad se han difuminado, «los cajones están más mezclados» y eso es algo que valora positivamente como lector. En este caso, cuenta, «tenía clara la historia, las emociones y el mensaje que quería dar y eso siempre ha mandado en la escritura, ha sido mi faro por encima de la biografía. Quería ser fiel a lo que quería contar por encima de la memoria». En este sentido, el autor no se ha sentido esclavo de ninguna verdad más que la de la «historia».
Interrogantes
El narrador de Buscaba la belleza se pregunta, como tantos otros, por lo que podría haber hecho y no hizo y por las opciones que descartó. Una inquietud que también comparte Terrés. «La culpa es el gran enemigo, la gran sombra. El debería haber hecho esto, o por qué no lo cuide o por qué no mandé ese mensaje. Toda esa culpa es una cárcel que impide ser feliz y si estamos todo el día pensando en estas cosas estamos condenados a la infelicidad», aclara.
El protagonista también lamenta que siempre hay una última vez para todo. Pero, ¿deberíamos estar preparados para despedirnos en cada momento? «No tanto el estar preparados, porque eso nos generaría demasiada ansiedad, pero sí que es importante ser conscientes de que siempre hay una última vez. La pérdida y la enfermedad están muy presentes. Yo mismo lo he vivido de cerca: en el hospital veía a gente que entraba por una cosa y ya nunca volvía a salir, ya nunca volvió a ver el mar. Y nos pasa a todos y a todas horas», señala. «Tendemos a pensar, y es muy humano hacerlo, que todo es para siempre, los trabajos o los estados de salud, por ejemplo, pero es que la vida es cambio constante. Al menos, hay que ser consciente de ello», insiste.
«Como decía Ana María Matute, vivir es ir perdiendo cosas o personas. Tratamos de buscar la belleza y vivir plenamente en medio de este mar en el que nos movemos, de tormentas, noches y pérdidas», matiza el autor, quien, de hecho, se basa en dos acontecimientos traumáticos que vivió en sus propia piel: la pérdida de su padre y el aborto de su hijo.
Sangre
Con todo, Terrés recuerda que «no existe la belleza sin dolor, sin verdad, sin sangre; ese es el trato». Una sentencia que, según confiesa, ha tardado en comprender. «Si no miras el dolor de cara, te anestesias para todo y eres incapaz de sentir, para bien o para mal. Si metes tu corazón en un invernadero no vas a poder amar. Creo que nadie compraría ese trato, pero todos hemos andado sin ser completamente conscientes de esa parte del contrato», añade.
En definitiva, Buscaba la belleza invita a «hacer las paces con uno mismo», en una novela en la que Terrés se ha esforzado por no caer en la «pornografía emocional y sentimental», aunque el autor asegura que se trata de un texto «optimista y vital».