En 2018, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reunió con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Dicho encuentro no fue ni en un país ni en el otro, sino en Finlandia. Sobre ello, la autora de origen estonio y finlandés Sofi Oksanen escribió un artículo titulado Una sombra soviética se cierne sobre la reunión entre Putin y Trump y decía: «No es de extrañar que Rusia haga lo que ha hecho en Finlandia sobre otros países de Europa, como Ucrania». Se refería al intento de tener un país considerado como democrático para las potencias occidentales dentro de su área de influencia. Ucrania se ha resistido, pero Oksanen no erró el intento ruso y se debe a que «se veía venir». La escritora charló ayer con la profesora de la UIB y también autora RuthMiguel en la Plaça de Pere Garau, en un acto que formaba parte de la Biennal de Pensament que organiza el Ajuntament de Palma.
Muchas de sus novelas se ambientan en el pasado de países de Europa del Este y con relación con Rusia, ¿a qué se debe esta fijación?
— Yo soy medio finlandesa y medio estonia. Siempre he tenido la sensación de que decir que soy de dos países es quedarse corto, porque en realidad soy de dos sistemas: el autoritario y el democrático. Me gusta repasar ese pasado porque tengo la sensación de que ahora, sobre todo los jóvenes, dan por sentado valores como la libertad de prensa y expresión, pero no lo son. Hay que pelearlos. Creo que cuando Trump llegó al poder, muchos se dieron cuenta de esto, de que estas cosas, la política de hoy y nuestra realidad, viene marcada por nuestro pasado y hay países, como en Ucrania, donde esa historia no la han escrito ellos, sino otros.
En su país se generó un fenómeno llamado ‘finlandización', que describe la supuesta neutralidad de Finlandia y la influencia rusa. ¿Qué consecuencias tiene hoy en día?
— Siguen muy presentes, como en el hecho de que nuestra economía está muy supeditada a la rusa, como con algunas de las empresas más grandes del país. De hecho, hay algunos que quieren seguir poniendo todos los huevos en el cesto ruso, algo que no tenía sentido antes, pero ahora menos.
En 2019 publicó El parque de los perros, ambientada en la Ucrania postsoviética, ¿por qué eligió ese país en concreto?
— Pues empecé a escribirla en 2015 y la ambienté allí porque fue poco después de la operación en Crimea, y tras ver que los países europeos parecían actuar como si la cosa no fuera con ellos, cuando muchos veíamos que Rusia no iba a parar. En cualquier caso, quería escribir sobre el legado de la Unión Soviética de corrupción y su influencia en la economía de otros países, así como la amenaza nuclear. De todo esto sacamos la lectura de que los países del Este ven esto como algo que no es nuevo, mientras que a los occidentales les parece que Putin está loco y que es una locura. Sin embargo, para un ciudadano ruso no es ninguna locura, sino continuar con la misma estrategia que llevan años haciendo, es más de lo mismo. Además, hablar de locura o no confunde el discurso, se trata de otra cosa: conflictos políticos, intereses, etcétera.
¿Se podría decir que los países fronterizos con Rusia veían venir lo que ha pasado en Ucrania?
— Sí, en algunos sí. Más en Estonia, por ejemplo, que en otros como en Finlandia porque en 2007 ya hubo una operación rusa para desestabilizar una decisión política en Estonia que pasó desapercibida para los medios occidentales, pero que es exactamente lo mismo que ha pasado en Ucrania en cuanto a propaganda, el discurso sobre el nazismo, la idea de liberar a ciudadanos rusos, etcétera. El principal problema es la impunidad que ha tenido Rusia durante todos estos años.Este es el punto central: nadie les ha dicho nunca que pararan.
¿Qué importancia tienen las redes sociales en estas operaciones propagandísticas de Rusia?
— Mucha. En los países europeos no están tan al tanto de esta desinformación, pero en dos tercios del mundo no existe una prensa libre, independiente y bien asentada, por lo que las redes se vuelven en un terreno farragoso. Además, muchos de estos países, como África y AméricaLatina, tienen poca confianza hacia los países colonialistas, algo comprensible, pero hace más fácil de calar el mensaje ruso entre su población.
¿Cuál cree que ha sido el problema de las redes en este contexto?
— Son una herramienta muy joven y no estaban preparadas. O, mejor dicho, sus creadores no lo estaban. Son hombres blancos de mundos civilizados, por lo que no podían prever para qué podría servir en países subdesarrollados.
¿Puede el arte provocar algún cambio o mejora en el mundo o es demasiado pedir?
— No creo que sea pedir demasiado. El arte y los libros son muy importantes porque logran hacerte entender cosas que ocurren en otro país y poner cara a su gente. Una novela, o una película, pueden abrirte la mente y darte un sentido del mundo mucho mejor que las noticias, por ejemplo. Te dan empatía y esto hace del mundo un lugar mejor.