Hace apenas unos días, Barack Obama compartía en sus redes sociales una lista de recomendaciones musicales en la que destacaba un tema de Rosalía, integrado en su arrollador Motomami. Saoko fue una de las 44 canciones elegidas por el exmandatario para amenizar el verano, le acompañaban otras referencias actuales como Bad Bunny y Beyoncé, y sugerencias más clásicas como Aretha Franklin o Miles Davis, entre otros.
La conexión de Rosalía con las más altas instancias, a la sazón de otros logros como su inclusión entre los mejores artistas del siglo XXI, nos lleva a hacernos una pregunta que levantará ampollas: ¿Es realmente Rosalía mejor que, pongamos, The Beatles, Madonna, Jimmy Hendrix o The Smiths? Según la revista The Rolling Stone, sí. En uno de sus célebres y polémicos ránkings con los Mejores Discos de la Historia, la catalana lucía por encima de auténticos iconos musicales, siendo la única referencia nacional que integraba dicho listado. Ni rastro de Paco de Lucía, Serrat o Camarón. Más allá del aplauso del público –que la venera– y de la acumulación de galardones, nadie duda que Rosalía es, hoy por hoy, una estrella de corte internacional, una fucking diva, que dicen en los USA.
Pero, insistimos, la pregunta es: ¿con eso le llega para incluirla entre la aristocracia musical? A juzgar por sus ventas, con casi seis millones de descargas el día del estreno de Motomami, sí. No obstante, cantidad nunca fue sinónimo de calidad, por mucho que la primera se aferre a una aritmética irrefutable, la calidad se sustenta en una matemática más intangible. Y en esas estamos. Por el momento, lo único seguro es que su tercer disco ha abierto un debate caliente incapaz de tapar lo evidente: que con su grandilocuencia, desmesura y complejidad, nuestra protagonista ya forma parte de la primera línea del pop internacional.