Loquillo protagoniza este jueves una nueva cita con el ciclo Cultura es Vida, de Son Fusteret. Las puertas se abrirán a las 20.00, pero antes de que el veterano rockero tome el escenario, el conjunto local Roulotte deslizará su rock evanescente de letras cuidadas y profundas.
Sabemos que los artistas con trayectorias longevas suelen aclimatarse en la rutina. A Loquillo hay que aplaudirle, en cambio, que en cada álbum transmita su rechazo al inconformismo. El del Clot ha trapicheado con los sonidos bastardos del blues, desde el rockabilly hasta el rock de autor, antes de musicar la poesía de Benedetti, Biedma y Papasseit.
José Maria Sanz, Loquillo para el mundo, es uno de los pocos artistas de su generación que mira al pasado sin reparar en la nostalgia, por eso, y por decenas de himnos, luminarias inextinguibles, podemos afirmar que este ‘loco' está muy vivo.
Icono de los 80, hace tiempo que Loquillo abandonó el prototipo de rocker clásico. Hoy, pasado y presente se citan en los conciertos de este músico comprometido y polémico, sin pelos en la lengua, acostumbrado a encajar golpes –Paul Newman decía que un hombre sin enemigos es un hombre sin carácter–. Con el tupé tan erguido como la barbilla, y unos textos afilados como etiletes, no hay más que verle sobre un escenario para darse cuenta de que el rock ya no genera estrellas que transmitan su rabia. Decir que Loquillo –con o sin Trogloditas– forma parte de la historia musical del país es quedarse corto, el suyo es uno de los pocos nombres que ha sobrevivido a la explosión del género en los ochenta, manteniendo una vigencia retroalimentada por su público.
Con 60 años, pocos interpretan el binomio poesía & rock con su claridad de ideas, demostrando, disco tras disco, canción a canción, que aún le quedan argumentos para defender sobre un escenario.