Es uno de los colaboradores más importantes de esta casa y sus artículos publicados los lunes en este periódico bajo el título Crónicas de arte, patrimonio y paisaje, que ya ascienden a cerca de 260, son de los más leídos por los lectores. Así, a pesar de ser investigador autodidacta, Jaume Llabrés (Es Capdellà, 1954) se ha convertido en una de las voces más importantes a la hora de denunciar la falta de cuidado y de sensibilidad por parte de las instituciones hacia el patrimonio mallorquín, un terreno que conoce bien gracias a su pasión por los tesoros de nuestra tierra. Además, Llabrés coordina, junto a Aina Pascual, el proyecto cultural de las Caputxines.
En este 2020 se celebra el 25 aniversario del proyecto de rehabilitación de Ses Caputxines, pero algunas actividades han quedado truncadas.
— El martes se tendría que haber inaugurado la exposición dedicada al fotógrafo Donald G. Murray con una presentación a cargo de Miquel Rayó y Aina Pascual, coordinadora del proyecto y esposa de Murray. Hace tiempo que queríamos llevar a cabo esta muestra y rendirle un merecido homenaje, pero debido a las circunstancias lo hemos aplazado. Sabemos que vendría mucha gente a ver la exposición y no era sostenible hacerla con grupos reducidos de seis personas. Así que la hemos aplazado hasta que la situación mejore y puedan venir grupos de al menos 15 personas.
¿Y el belén de las Caputxines?
— Este año no lo hemos podido mostrar, pero lo haremos cuando se pueda y lo mantendremos algún tiempo para que se pueda visitar. Curiosamente, el belén quedó confinado, pues se suele desmontar pasada la Candelaria, que es el 2 de febrero, pero se nos hizo tarde y llegó el confinamiento. Hay que decir que, debido al consumismo que vivimos, muchos no saben que el belén no se inaugura hasta la noche del 24 de diciembre y que se desmonta por la Candelaria. Cada uno puede hacerlo como quiera, pero es verdad que hay un gran desconocimiento de la escenografía sacra. En el caso de las Caputxines, no nos ceñimos tanto al protocolo porque ofrecemos un servicio cultural al público y cada año, menos este claro, nos visitan muchas escuelas, con lo que lo tenemos preparado antes de las fiestas.
Sus artículos de Última Hora llaman la atención a muchos lectores.
— Los que tienen más éxito son los de denuncia. Por ejemplo, el que escribí sobre Can Balaguer, en el que decía que han hecho un pastiche y un montaje. Lo que pasa es que muchos no tienen ni idea de como es una casa señorial. También tuvieron mucho eco los que hice sobre el Castell de Bellver, cuya museografía es una vergüenza. El Ajuntament de Palma es la institución que reúne más críticas.
Otra de sus grandes reclamos es la creación de un museo de artes decorativas.
— Sí, porque en Mallorca tenemos un importantísimo patrimonio de muebles, cerámicas y artes decorativas. Las casas señoriales se van vaciando, algo que ya sucedía en el siglo XX pero que en los últimos años se ha radicalizado. O lo venden o salen a subasta en otras ciudades y ni nos enteramos. Y es una fuga constante de piezas, muchas veces interesantísimas. Lo más triste es que las instituciones están insensibles frente a esto. Hablan mucho de patrimonio pero no realmente no creen en ello. Por otra parte, tengo que decir que Kika Coll, la directora insular de Patrimoni del Consell, tiene conocimientos de la materia y mucha sensibilidad. Al menos se esfuerza por hacer las cosas bien. Pero esto tiene que empezar desde Francina Armengol, Catalina Cladera y José Hila hasta los alcaldes de los municipios. Si no, no sirve mucho.
¿Qué otros asuntos están pendientes?
— Además de Bellver y el museo de artes decorativas, está el abandono del Casal Can Serra y quedan muchas restauraciones por llevar a cabo: la iglesia de Santa Creu, las Torres del Temple o la sala capitular del convento de Santa Margalida.
Además, está el asunto de declarar Palma como Patrimoni de la Humanitat, que bien lo merece, aunque si eso significa que se masifique todavía más, prefiero que no. Palma se está convirtiendo en un decorado y no quiero que muera de éxito como ha sucedido con la Serra de Tramuntana, que soporta una presión humana enorme. Y la lonja...
¿Qué sucede con la Lonja?
— Está abierta al público pero los paneles informativos que hay son muy pobres para la grandeza de este monumento. Además, muchos no lo saben, pero la Lonja, que por cierto no tiene nada que ver con la venta de pescado, forma parte de un conjunto junto al huerto y el Consolat. Tendrían que poder visitarse como un conjunto completo y no como partes independientes.