Reivindicación y cultura popular van ligadas al nombre de Biel Majoral (Algaida, 1950), cantautor, profesor, activista y político que acaba de ser distinguido con la Creu Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya –cuya entrega está prevista a mediados del mes que viene– por la «calidad incisiva del conjunto polifacético de su obra, proyectada en tres vertientes: artístico como cantautor, filológico y docente, y también político».
¿Cómo recibió esta importante distinción?
—Con mucha sorpresa y satisfacción. Satisfacción porque estoy contento de que todavía hagan reconocimiento a gente que tiene vida, porque reconocer el trabajo de los muertos es importante, pero también se hace un poco tarde. Hablo de amigos míos como Antoni Artigues o Antoni Roig. Por otra parte, con sorpresa por la cantidad de gente –y muy variada– que me felicita, por teléfono, en la calle o en el bar. Incluso hay algunos que ni conozco, pero que me han visto en el periódico... Luego he pensado, puede que con pretensión y grosería, que toda esta gente que se alegra, realmente lo que piensa es que han otorgado esta Creu a un movimiento de gente y que he sido yo el afortunado en recibirla, como si fuera colectiva.
Es un reconocimiento que han recibido muchos mallorquines.
—La Creu Sant Jordi tiene algo extraordinario: es transversal. Por ejemplo, se lo dieron a un escritor, Janer Manila, que luego tuvo un cargo en el PP. Supongo que no hay ninguna connotación de tipo estrictamente ideológico, a pesar de que la gente sabe perfectamente qué pienso yo, porque he sido político y definido. Nunca me he ocultado.
Ante todo, usted es agitador cultural y la palabra reivindicación siempre va con Biel Majoral.
—Es evidente. He reivindicado autores como Pere Capellà, en una vertiente que la gente desconocía: la ideológica, una persona del país. Durante la represión hizo un teatro muy bueno, aunque no pudo decir lo que pensaba. A veces me he comparado con él, hemos tenido vivencias muy similares, también con su padre, que era un gran glosador. La canción Jo sóc català es de Pere Capellà, aunque muchos piensan que es mía. Yo solo le puse músia. No sería capaz de escribir una letra tan buena.
También ha dignificado la cultura popular, a veces menospreciada.
—Ha sido un aspecto muy vivencial. Era muy joven y ya participaba en todas las activiades culturales que podía. Era una necesidad. Daba clases a Magisteri [en la UIB] y muchos alumnos nunca habían estudiado gramática, así que lo que hacía era combinar la teoría con aspectos culturales propios. De hecho, creé la asignatura Cultura Popular, donde solamente explicaba aquello que yo era capaz de reproducir. Eso fue en los ochenta y noventa, una época maravillosa, cuando Magisteri era un caliu en Mallorca. Siempre he pensado, con un orgullo muy propio, que la revolución de los maestros empezó entonces, con profesores como Antoni Artigues.
Estaba muy unido a Artigues.
—Estuve media vida con él. Tenía una gran potencia intelectual. Viví con él y lo vi cuando estudiaba. Era mucho más que su vertiente poética, era el mayor intelectual que había en la universidad.
¿Se ha perdido ese caliu?
—Creo que sí, se ha perdido un poco ese contacto con los alumnos. Para mí, la crueldad más grande fue pasar de tener el departamento en un mismo edificio, a dar clases en otro edificio, teniendo el despacho a 726 pasos de donde las impartía.
Se dice que era usted muy exigente.
—Sí, pero dentro del aula y a la hora de evaluar el conocimiento, porque los alumnos tenían que ser maestros. No podrán decir que no asistiera a todas las fiestas que se organizaban o que no charlara con ellos en el bar de la facultad. Estuve enseñando en Magisteri 37 años y me fui hace cuatro o cinco años porque había perdido un poco el oído y porque creía que Magisteri huía de lo que yo quería.
¿Qué proyectos tiene?
—Este domingo, a las 20.00 horas, actuaré en el Teatre de Petra con la Banda de Música del pueblo, cantaré canciones de principios del siglo XX, como Es Camión D'algaida o Havaneros, sobre la inmigración en La Habana o Sor Querubina, sobre la represión de la iglesia porque, no hay duda, la gran revolución del siglo XX fue poder bailar pegados. Por eso la Iglesia publicó tantos libros en contra del baile, porque, por primera vez, una pareja podía estar junta sin que nadie más les escuchara, ni la Iglesia ni los padres, bien pegados, no colgados, como luego se puso de moda, sino uno cogiendo el otro, por los hombros y la cintura y al oído. Por otra parte, estoy en otro proyecto con los músicos que me han acompañado siempre, Biel Torres, Delfí Mulet y Miquel Brunet.
Quedan poco más de dos semanas para las elecciones...
—En estas elecciones no hay más remedio que los políticos hablen claro y se dejen de ambigüedades. Tiemblo al ver tanta gente desengañada.