Jaume Bover, andritxol nacido en Alsacia (Francia), en 1945, ha vivido una vida intensa, ha viajado por varios continentes, conocido a escritores como Paul Bowles o Truman Capote, es historiador, pero, sobre todo, es bibliotecario, una profesión que ama y que le llevó a Marruecos para dirigir la Biblioteca Española de Tanger, que luego pasó al Instituto Cervantes. De regreso a casa, hace tres años, dedica su tiempo a la investigación histórica. El próximo día 24, Andratx le recompensa dando su nombre a la biblioteca municipal.
—¿Cómo vive que la biblioteca de Andratx vaya a llevar su nombre?
—Es muy emotivo, estoy emocionado, agradecido. Cuando acepté no pensé en las consecuencias y creo que es una gran responsabilidad. La biblioteca no tiene ningún fallo, dispone de ascensor, de buen fondo, y el equipo que la lleva lo hace muy bien. Normalmente, a una biblioteca se le pone el nombre de un literato, de un humanista, y que, en este caso, sea el de un bibliotecario resulta un hecho casi paranormal.
—Biblioteca, defínala.
—He vivido casi treinta años en el mundo árabe y los usuarios árabes me decían que una biblioteca es como un oasis de paz, un remanso ideológico y religioso, de respeto a todas las opiniones, sean las que sean; hay buen ambiente, es un oasis intelectual. No sólo se acude allí a buscar material.
—¿En Occidente, también?
—También, pero hay países muy avanzados en los que la biblioteca es un espacio muy abierto. En Suecia, por ejemplo, una biblioteca popular, de barrio, puede estar en medio de un bosque. Aquí ha habido un cambio radical, gigantesco, en la mentalidad de las instituciones propietarias de bibliotecas.
—¿Cuándo ocurrió?
—En los últimos años. Por ejemplo, las bibliotecas militares, antes cerradas a cal y canto, hoy están abiertas y uno se encuentra muy bien en ellas; las religiosas, también. Todas pueden mejorar, pero el cambio de mentalidad ya se ha dado. El otro cambio gigantesco es la cuestión informática, que la documentación este informatizada es mágico.
—¿Cómo debe actuar un buen bibliotecario?
—Tiene que conocer el material de que dispone, atender al público, dar respuesta a las necesidades de lectura, ocio e investigación; tiene que aconsejar y aceptar las ideas de los demás, pero no debe influir demasiado, debe dar libertad.
—Opine sobre los recortes sufridos por las bibliotecas.
—Serán muy perniciosos. Los horarios se reducen y eso es malo; también los fondos y la prensa y revistas. En cuanto a la investigación, tendrán una repercusión tan negativa que tardará años en solventarse. Por el contrario, y siempre entre comillas, esto traerá contrapartidas: Los bibliotecarios tendrán más tiempo para dedicarse a catalogar otros fondos, libro antiguo, mapas, partituras... y, por otra parte, se fomenta el préstamo interbibliotecario.
—Cambiemos de escenario. Fue director de la Biblioteca Española de Tánger, ¿que aprendió de la cultura y sociedad local?
—Sobre todo aprendí de la gente. A ser tolerante, comprensivo, a admirar otras culturas, aceptar al otro. Todo eso me cambió como persona.
—Entonces, ¿no había intolerencia hacía los extranjeros?
—Yo no recibí malas caras, me respetaban mucho. Me cuentan que ahora ha cambiado, pero sigo pensando que respetan a los extranjeros que trabajan por su país. Aquí sólo llega lo malo del mundo árabe, las guerras, la violencia, en cambio no llega la filosofía sufí, ¡los libros de Ramon Llull son sufíes!