«Visto al microscopio tiene dientes» con los que come la madera, dejándola impregnada de una sustancia blanca que parece pintura. Además, en su interior crea huecos, galerías, «un hábitat» en el que puede vivir años y años, como ha sucedido en el edificio que nos ocupa. Se trata del hongo blanco, el culpable, junto con la carcoma, del deterioro de la cubierta del convento de las Caputxines de Palma, en plena rehabilitación según el proyecto del arquitecto Carlos Clemente y de la restauradora especialista en madera Carmen Justo. Está previsto que las obras, que afectan a unos 1.500 metros cuadrados, concluyan a finales de agosto.
Clemente y Justo explicaron ayer el proceso mediante el que se está recuperando gran parte del material histórico con el que fue construida la cubierta, la madera y la teja. Lo hicieron durante una visita de Casimir Godia, director general d'Arquitectura i Habitatge, ya que esta Conselleria contribuye con una ayuda de 200.000 euros en un presupuesto total de 414.000.
Fue el ingeniero militar Martín-Gil de Gaínza quien estaba en Mallorca para levantar las murallas de la ciudad, el autor de la «traza» o proyecto de construcción del convento y quien dirigió las obras entre finales del XVII y primeros del XVIII. «Es una arquitectura con firma», señaló la historiadora Aina Pascual, comisaria del convento junto a Jaume Llabrés.
Clemente destacó la sabiduría de las técnicas de construcción mallorquinas de entonces, que han posibilitado que el inmueble se mantenga en pie a pesar de que en los últimos cincuenta años las monjas ya no han podido ocuparse del mantenimiento. No obstante «hemos encontrado» señales, fechas o firmas que los maestros de obra u obreros dejaron como testigos de reparaciones en siglos anteriores. «Esta cubierta mallorquina típica ha demostrado su valía durante cuatrocientos cincuenta años», señaló Clemente. Fue levantada a base de madera de pino silvestre y álamo blanco.