ANA LARGO
El hallazgo de unos documentos inéditos revela cómo era la vida en el primer convento femenino instalado en la Isla tras la Conquesta, el monasterio de Santa Margalida. ¿Cómo se administraban las agustinas? ¿Cuáles eran sus ingresos, su patrimonio, su jerarquía? ¿Qué cambios supuso el Concilio de Trento? ¿Y las desamortización? Estas son algunas de las cuestiones que revela la investigación Arran de la Porta Pintada. Poder y prestigi femení al monastir de Santa Margalida realizada por la historiadora Maria José Bordoy (Andratx, 1977) y que, recientemente, acaba de publicar la Editorial Lleonard Muntaner tras ganar el premio de investigación de la Societat Arqueológica Lul·liana.
A partir de la documentación hallada en los protocolos notariales del Arxiu del Regne y en el actual Convent de la Concepció, adonde se trasladaron las agustinas tras la Desamortización de 1837, Bordoy ha logrado recopilar conclusiones, sobre todo, de carácter económico. Además de hallar los orígenes de esta comunidad monástica medieval, su organización o su papel como consejeras de la clase política de la época.
«De este época se sabe muy poco y existe la hipótesis de que un grupo de monjas del monasterio de Santa Maria de Llonqueres (Catalunya) fueron las que dieron origen a la comunidad en aquellas fechas, ya que la principal benefactora de ésta era la viuda de Guillem de Montcades, que heredó muchas propiedades en Mallorca tras el Repartiment de Jaume I», explicó la historiadora. Precisamente en él, «la única mujer que aparece es la priora de Santa Margalida», añadió Maria José Bordoy, quien apuntó que también recibieron ayudas del primer obispo de Mallorca, Ramon de Torrella, de legados testamentarios o donaciones.
Entre los siglos XIII y XVI se ha documentado el ingreso de más de 300 monjas en el monasterio de Santa Margalida, sobre todo, procedentes de familias nobles de Mallorca que aportaban dote e, incluso, compraban esclavas. El estudio detalla también cómo vivían las monjas, cuál era su alimentación, sus compras, cómo y cada cuánto tiempo elegían priora o sus reglas y castigos. Este trabajo concluye con el Concilio de Trento, un hecho que supuso «una ruptura en las costumbres y en la forma de pensar» de estas monjas, quienes, hasta la fecha, habían gozado de ciertas libertades -muchas de ellas eran cultas- y que desde entonces pasan a ser de clausura por orden del obispo Diego de Arnedo.
Según explica Bordoy, este estudio revisa de manera inédita y global 300 años de esta comunidad y marca el punto de partida para futuras investigaciones. Por el momento, ella trabaja en su tesis doctoral sobre los trescientos años restantes de este monasterio hasta que se transformó en viviendas y, luego, en hospital militar.