Julio Iglesias trajo ayer a Palma su «Noche de cuatro lunas», en un concierto de presentación del disco de mismo título, un álbum cuyos temas quedaron en un segundo plano eclipsados por sus grandes éxitos, canciones con las que Julio Iglesias despertó las mayores emociones de su público, que se entregó desde el principio. Antes de iniciarse el recital se vivieron algunos momentos de desorden, especialmente en las primeras filas de sillas "incómodas pese a haber pagado sus ocupantes 15.000 pesetas" que tuvieron que soportar durante muchos minutos la intensa nube de polvo que levantaba la gente al andar por la arena de la plaza. También los medios gráficos sufrieron las incomodidades de la organización, ya que no se les facilitó en absoluto su trabajo.
El concierto se inició a las 22.05. Julio Iglesias apareció sobre el escenario vestido con traje cruzado azul y corbata del mismo color sobre camisa blanca. Un escenario de 400 metros cuadrados sobre el que se podía ver una cuidada puesta en escena: 600.000 watios de luz, 150.000 watios de sonido, 150 focos móviles. El cantante apareció arropado por nueve músicos y 3 bailarines. Pero nada ensombreció su estrella. Allí todo estaba instalado para que el auténtico protagonista fuera él.
Julio Iglesias fue desgranando sus canciones sin prisa, pero sin pausa. Sobre el escenario, los gestos de siempre, la mano al corazón, la cabeza alta, los ojos entrecerrados buscando en el cielo una de las cuatro lunas de su noche palmesana. Julio Iglesias no se mueve demasiado sobre el escenario y no se sale del espacio en el que sabe que la luz le favorece. Ayer no fue distinto. Se desenvolvió con una actitud en la que cabe desde la clásica elegancia a la más absoluta cursilería. Empezó con «Agua dulce, agua salada», su éxito de este último disco, para seguir después con «Natalie». Hasta aquí se oyeron gritos "«¡Olé! y ¡torero!, los más repetidos", pero el público no se empezó a calentar hasta que vino «Canto a Galicia». A partir de aquí fue la apoteosis: «De niña a mujer», «Manuela», «Me olvidé de vivir» fueron los éxitos que encadenó el cantante y con los que consiguió hacerse suya a la gente.
La puntilla vino con un «Soy un truhán, soy un señor», coreada por las más de 8.000 personas que llenaban el recinto. Otras canciones fueron «Quijote», «Que no se rompa la noche» o «All of you». Con «Me va» se vivió uno de los momentos estelares de la noche, con todo el público puesto en pie cantando al unísono. En un momento del concierto, los habituales silencios del cantante fueron interrumpidos por gritos de «tío bueno», a lo que Iglesias respondió con humor: «Sólo tengo 35 años». De ahí al final, todo ya valía. Julio Iglesias se había metido a la gente en el bolsillo. El cantante invitó en todo momento a su público a participar en la fiesta, a cantar, a reír sus ocurrencias... Un público que por lo general superaba la cincuentena, que vestía con elegancia, tal vez demasiado para pisar la arena del coso palmesano. Desde el punto de vista técnico el concierto fue brillante, a excepción de los problemas que se vivieron en los primeros momentos, cuando se escucharon algunos acoples y ruidos extraños.