El público, que abarrotaba el pequeño anfiteatro de Costa Nord, premió la actuación de Ute Lemper, la musa del cabaré centroeuropeo, puesto en pie y aplaudiendo a rabiar.
Este final apoteósico es el mejor resumen de una fresca velada musical que no decepcionó a nadie. La diva apareció con puntualidad germana sobre el escenario, cuando los poco más de 400 privilegiados que habían tenido la fortuna de hacerse con una entrada apenas acababan de finiquitar sus copas de cava. Su traje rojo, largo y ceñido, sin escote, dejaba al descubierto una espalda sensual. Era un toque glamuroso en concordancia con el ambiente.
La noche fría, algo poco habitual en nuestra Isla en el mes de julio, dejó de serlo cuando la intérprete "ya sentada sobre el piano, ya sobre una silla con el respaldo vuelto hacia el público en la más pura tradición cabaretera" liberó su torrente de voz, que modulaba de acuerdo con los distintos ritmos ofrecidos por el piano de Russ Kassof, el bajo de Regg Washington, la guitarra de Mark Lambert y la batería de Todd Turkisher.
Pero la personalidad de la estrella quedó reflejada en sus ingeniosos monólogos. Llenos de fina y deliciosa ironía y acompañados de una gesticulación histriónica e hilarante, ribetearon de risas la noche. Sobre todo con su interpretación de vampiresa enamorada de Ernesto, un espectador de la primera fila que se convirtió en el blanco de sus excéntricos requiebros para la envidia de otros muchos masculinos asistentes.