Druidas, poetas vascos de los siglos XIX y XX, y bertzolaris raperos han llenado este domingo de magia y de sentido el escenario del SoNna Huesca en el barranco de Gabasa --Peralta de Calasanz--, de la mano de la trompeta, la voz y la electrónica de Amorante, en el primero de los conciertos matinales de la cuarta edición del Festival Sonidos en la Naturaleza.
«Mi tío José Mari iba siempre descalzo y tenía una larga barba que le aportaba un aspecto de druida. Nos dejó libros escritos y muchas historias. Algunas de ellas se las voy a contar». El guipuzcoano Iban Urizar ha logrado que el público del SoNna Huesca se arrancara a hacer coros en euskera quizá empujado por las lamiak --brujas-- que el de Elgoibar se ha traído de su tierra para que pasaran el domingo en un lugar al que seguro querrán volver.
El verdor del bosque de ribera, repleto de «cola de caballo» --Equisetum arvense--, una planta de propiedades medicinales usada para trastornos de vejiga y riñones; la sombra de los chopos, sauces y nogales, y el fluir del agua hasta quedar retenida en un estanque de cuento infantil, eran el escenario perfecto para la lengua y la música enigmáticas, para un proyecto arriesgado que el público ha aceptado al final como suyo.
La mayoría de los presentes han descubierto al músico y al paisaje. Y estamos convencidos de que el segundo ayudó al primero. Se ha llenado el aforo previsto por la organización del festival en el inédito escenario del barranco de Gabasa, el mejor antídoto para una mañana que ha terminado siendo calurosa, aunque no en la umbría donde se ha celebrado el concierto.
Se ha oído a la Oropéndola y al Petirrojo, al Papamoscas gris y hasta un Torcecuello ha parecido intervenir. El barranco de Gabasa es un paraíso ornitológico y tal vez algún mirlo trate de imitar ahora a la trompeta de Amorante.
Aventurado y amante de la improvisación ancestral y de vanguardia, Amorante ha estado acompañado de su inseparable trompeta, pero también de sus pedales de mezcla, su armónium indio y un pequeño sintetizador. La música de Amorante es un viaje donde la versatilidad y la experimentación son imprescindibles. Despojado de todo prejuicio, ha presentado mezclas entregadas a la sonoridad de sus instrumentos y su euskera, que en el barranco de Gabasa han encontrado el eco perfecto.
Como también lo han hecho el sábado la voz y el piano de la salmantina Sheila Blanco bajo la imponente carrasca de Larredán, que ha acogido al público como una gallina a sus polluelos.
Era sorprendente ver a 150 personas cobijadas bajo un árbol para ver a Sheila Blanco presentando su trabajo Cantando a las poetas del 27, en el que puso música y sentimiento a los escritos de mujeres como Rosalía de Castro, Josefina Romo, Elisabeth Mulder, Margarita Ferrerras o Dolores Catarineu, coetáneas de Lorca y Alberti, pero con menos eco histórico.
A la sombra de la carrasca centenaria de Larredán, con un tronco múltiple de 5,20 metros de anchura y una copa que abarca más de doce metros de diámetro, el público se ha sentido a salvo y se ha entregado a la dulzura y la capacidad expresiva de la salmantina.
El fin de semana lo ha iniciado Momi Maiga el viernes en los Llanos de Planduviar, también con gran éxito de público. El senegalés ha estado acompañado del percusionista catalán Aleix Tobias Sabater, el violonchelista Marçal Ayats y el violinista mexicano Carlos Monfort, tres de los músicos más talentosos residentes en Cataluña.
Y allí en Planduviar, escenario habitual del SoNna Huesca, a diferencia de los dos «descubrimientos» citados anteriormente, ha habido un diálogo constante entre culturas. Casamance, México y Cataluña se fundieron en un mar de sonidos y ritmos transcontinentales en una tarde bastante fresca, que al público no le ha cogido por sorpresa.