Hacer un diario en 1893 era una tarea ardua.
Unos operarios altamente especializados llamados tipógrafos iban leyendo las cuartillas escritas a mano por los periodistas mientras cogían a ciegas del interior de una ?caja? compartimentada en casillas cada una de las letras que formarían el texto. Ponían esas letras o ?tipos? en unos ?componedores? que definían el columnado.
Los textos resultantes, llamados ?galeradas?, se montaban sobre unas placas metálicas llamadas ?platinas? y se tintaban. Sobre los textos se colocaba un papel, que se imprimía para el corrector de pruebas. Una vez revisado, volvía al tipógrafo, que introducía los cambios. Entonces las galeradas se montaban en bloques, según los espacios que ocuparían en la página.
Cuando la página estaba montada, se fijaba con cuerdas y tornillos a la prensa, para evitar desplazamientos.
Los primeros 500 ejemplares de La Última Hora se imprimieron en una sencilla pero robusta ?minerva?, accionada a mano o a pedal. Una máquina plana de la marca Marinoni entró en servicio al mismo tiempo o pocos días después. Podemos imaginar cómo funcionaban aquellas prensas. Se deslizaba un rodillo entintado sobre las páginas metálicas. Después se colocaba cuidadosamente el papel, que era presionado y, en consecuencia, impreso. Y así, una y otra vez.
Después se cambiaban las páginas y se repetía el proceso, pero por la otra cara del folio. Terminada la producción, los diarios pasaban a la siguiente fase: debían ser doblados. Era un trabajo también de precisión, para evitar el corrimiento de la tinta. Acabada la impresión, los tipos se introducían de nuevo en cada una de sus casillas para ser utilizados en la nueva edición.