Se suele comentar que la economía de Mallorca era pobre y atrasada hasta la irrupción del turismo de masas. El tópico, que todavía funciona, es falso. Y justamente la coyuntura del último tercio del siglo XIX, etapa en la que nace La Última Hora, demuestra la inexactitud de aquella visión negativa. La Mallorca que va de 1870 a 1914 atraviesa coyunturas distintas, marcadas por fases críticas –el ataque filoxérico a las viñas isleñas– o la pérdida de las últimas colonias, fenómenos que empujaron, sin duda, a procesos migratorios. Pero, a la vez, el dinamismo económico es incuestionable: una densidad bancaria elevadísima –de las más altas del Estado–; un tejido manufacturero competitivo (textiles, calzado, jabón); un sector agrario y agroindustrial nada desdeñable (harinas, licores, almendras, conservas vegetales, algarrobas, cítricos, garrofín, higos); y, como corolario, una clara conexión con los principales mercados internacionales. La crisis finisecular rompió unos años esa evolución; pero no fisuró sus bases ya existentes, sobre las que se edificaron nuevos proyectos. Éstos supusieron fábricas en Palma, Inca, Sóller, Manacor, Esporles, Lloseta, toda una configuración industrial que mantenía elevadas conexiones con el sector agrícola.
Esa Mallorca en la que se alumbró La Última Hora disponía de empresarios y trabajadores. En otras palabras: se formaron las clases sociales que se encontraban vigentes, también, en Europa. Es cierto que los relatos de los viajeros modernistas y de algunos escritores descansan sobre visiones románticas de la realidad. Imágenes que acuñaron la típica ensoñación de una isla en calma, en la que no pasaba nunca nada. Un escenario de señores terratenientes y míseros campesinos, sin apenas pulsiones de cambio económico y social. Pero esto es sólo una de las realidades que convivía con otras, más complejas y diversificadas, en las que aparecen bancos, empresas industriales, agrícolas, financieras, náuticas, ferroviarias, integradas por nuevos empresarios, por innegables emprendedores; y por obreros y obreras que trabajaban en las fábricas que se iban expandiendo por los arrabales de Palma, en los talleres abigarrados en las calles de las ciudades y en los domicilios particulares, con altísima participación de mujeres y niños en todos los procesos productivos.
Esta es una Mallorca distinta y real a la que siempre se nos ha explicado. Convendría tenerla en cuenta.