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Los mercados tienen mala fama

¿Existiría el arte sin los que lo miran, lo observan, lo disfrutan o lo critican? Se necesita un público.

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Los mercados son tan antiguos como la humanidad. Ocupan el mismo nivel que la expresión artística o filosófica. Forman parte de la civilización, si es que no son uno de sus fundamentos esenciales. Efectivamente, el hombre, como mamífero superior, puede vivir sin ninguna de estas actividades intelectuales, pero difícilmente podrá ser verdaderamente humano si no participa de un espacio de intercambio. Los bárbaros, como las fieras, se encuentran para matarse; los hombres, para intercambiar bienes y palabras. Del cruce entre éstas, intersección de culturas diversas, surge la civilización.

Joan Bennàssar piensa en la iglesia y el claustro de Santo Domingo como en una gran zona de intercambio. El artista siempre ha necesitado el contacto de un público fiel o infiel, pero dispuesto a recibir una mercancía (sic) intelectual. ¿Existiría el arte sin los que lo miran, lo observan, lo disfrutan o lo critican? Yo creo que no. Se necesita un público interlocutor.

Ya lo intuí a finales de los años setenta, en las clases que daba aquel profesor de dibujo de pelo largo y bigotes en el instituto de Pollença. Entonces no imaginábamos la realidad transparentada por un ordenador, aunque las pantallas de la televisión y del cine ya nos marcaban tanto o más que la letra impresa o la pintura al natural. Nada comparable con el vacío actual. ¿O sencillamente es nostalgia de cuando los mercados eran un lugar donde vendedores y compradores negociaban cara a cara?

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