Keynes, entre otras cosas, enseñó a los economistas a introducir el optimismo en la reflexión económica, justo cuando el mundo estaba sumido en una depresión sin precedentes. No en vano se mostró confiado en ‘las posibilidades económicas de nuestros nietos’. No siempre había sido así. Malthus, por ejemplo, sostenía que, a pesar de los tiempos de bonanza que le tocó vivir, el equilibrio natural de cualquier economía era el de la pobreza permanente, impulsado por el ajuste demográfico.
Tanto el uno como el otro compartían su preocupación por la evolución del nivel de vida de la población, pero mientras que el primero confiaba en que el esfuerzo y el buen hacer permitirían sortear restricciones y limitaciones y mejorar el bienestar social, el segundo desconfiaba de las ganancias inmediatas y se mostraba convencido de que era preciso introducir restricciones y limitaciones para evitar la erosión irreversible del bienestar.
Hoy, en Balears, ambas perspectivas conviven. Mientras algunos confían en la innovación, la diversificación y el conocimiento para elevar el bienestar y romper con la dependencia de esquemas de producción y consumo agotados, otros advierten sobre los límites del crecimiento, el impacto del turismo y la necesidad de imponer restricciones para evitar una mayor degradación social y ambiental.
En esta tensión entre optimismo y prudencia, entre expansión y contención, se define el presente y el futuro de Balears. La clave no está en optar por una u otra visión de forma excluyente, sino en articular un enfoque sistémico capaz de reconocer la interdependencia de los factores económicos, sociales y ambientales. La transición hacia la sostenibilidad no consiste en elegir entre crecimiento o límites, sino en rediseñar las reglas del juego para que el desarrollo sea compatible con la regeneración de los recursos y la calidad de vida.
Keynes nos enseñó a no temer al futuro y a confiar en la capacidad humana para reinventarse. Malthus, por su parte, nos recordó que los recursos no son ilimitados y que la sostenibilidad requiere planificación y equilibrio. La cuestión es: ¿cómo conjugar estas dos visiones para garantizar un futuro próspero y sostenible?
Si Keynes sustentó su optimismo en la capacidad de una economía de contener el crecimiento demográfico, apoyarse en el progreso científico y evitar los conflictos sociales, en Balears la receta keynesiana debería incluir, además, la capacidad de preservar las disponibilidades de recursos naturales o, en otras palabras, de respetar la finitud del territorio y preservar la integridad del aire y la diversidad de flora y fauna.
Combinar estas cuatro capacidades resulta esencial para abordar los retos actuales de Balears. La pregunta clave es si Balears será capaz de evolucionar hacia una economía más resiliente y sostenible, donde el crecimiento no implique necesariamente una mayor presión sobre el territorio y la sociedad. Existen ejemplos que demuestran que es posible:
• Costa Rica ha avanzado en la descarbonización de su economía mediante una combinación de políticas ambientales, incentivos a la innovación y regulación efectiva del uso del suelo.
• Ámsterdam ha aplicado estrategias de turismo regenerativo, al limitar el impacto del sobreturismo y promover pautas de visita de menor huella ecológica.
• Córcega ha avanzado en la protección de su biodiversidad sin renunciar a un desarrollo económico basado en la diferenciación y el valor añadido.
• Noruega ha implementado con éxito una gestión de sus recursos naturales basada en la fiscalidad verde y ha utilizado su fondo soberano para garantizar un desarrollo económico sostenible.
• Alemania, a través de su estrategia de transición energética Energiewende, ha logrado una drástica reducción en el uso de combustibles fósiles, desde el impulso de energías renovables y la creación de empleo en sectores innovadores.
• Japón ha desarrollado una economía circular en el sector manufacturero, gracias a la optimización del reciclaje y la reutilización de materiales a gran escala y la reducción de su dependencia de recursos importados.
Estos ejemplos muestran que no se trata de elegir entre crecimiento o límites, sino de redefinir los procesos productivos con políticas que favorezcan la eficiencia de recursos, la circularidad y la diversificación.
La respuesta a estos desafíos depende de una quinta capacidad: la adaptación de los actores regionales a los nuevos retos, desde la digitalización hasta la transición energética. Y es que es preciso entender que el progreso económico no es estático ni lineal, sino que depende de múltiples factores: la innovación, la regulación adecuada y la gobernanza efectiva.
En este sentido, resulta imprescindible avanzar en el diseño de políticas fiscales y regulatorias que incentiven la transición hacia la sostenibilidad. La fiscalidad no solo debe verse como una herramienta de recaudación, sino como un mecanismo de incentivo para corregir externalidades negativas. La implementación de impuestos verdes sobre actividades contaminantes podría servir para reflejar el verdadero coste ambiental de ciertos sectores y promover un cambio hacia prácticas más sostenibles.
Asimismo, es importante que el sistema fiscal sea progresivo y que las medidas fiscales dirigidas a la sostenibilidad no agraven las desigualdades económicas. Para ello, es fundamental que la carga impositiva sea distribuida de manera equitativa y que los ingresos obtenidos se reinviertan en infraestructuras verdes, innovación y educación, para promover una transición justa y generadora de empleo de calidad.
Además, la digitalización puede convertirse en una herramienta decisiva para optimizar el uso de los recursos. Sistemas de gestión de datos y plataformas de inteligencia artificial deben permitir una planificación más eficiente del turismo y ayudar a distribuir mejor los flujos de visitantes y a reducir la presión en zonas vulnerables. Ejemplos como el uso de big data en ciudades como Barcelona o Venecia demuestran que la tecnología puede contribuir a una mejor gobernanza.
No obstante, a pesar de los avances y de los ejemplos de éxito, la transición hacia una economía más sostenible sigue encontrando obstáculos significativos. No es solo una cuestión de recursos o de conocimiento técnico, sino de confianza en las políticas públicas para liderar la transición con eficacia y determinación. Es fundamental fortalecer la cooperación entre el sector público, el privado y la sociedad civil, para garantizar que los acuerdos y regulaciones sean efectivamente implementados y monitoreados.
Si algo nos enseña la historia económica es que la innovación y la regulación no son opuestos, sino aliados en la construcción de nuevos equilibrios. La transformación de Balears requiere una gobernanza capaz de articular soluciones con visión de largo plazo, evitando caer en la inercia del corto plazo.
Si se hace bien, un buen resultado es posible, sobre todo si se refuerza, como decía Keynes, la confianza en el buen hacer. Esta confianza es posiblemente la principal restricción que a día de hoy impide transitar hacia escenarios más sostenibles y resilientes y, en definitiva, de mayor prosperidad. Debemos en esta cuestión ser más exigentes con la política.