Una sola palabra bastaría para definir a Roger Federer: elegancia. A veces, sobre la pista se asemejaba más a un bailarín que a un tenista. Uno diría que podría jugar igual con smoking. Y además, sin sudar, que era uno de los aspectos que más sorprendía de él en contraposición, por ejemplo, de Rafael Nadal.
El suizo era puro talento. Siempre he pensado que si se diseñara por ordenador cómo debería ser el tenista perfecto en cuanto a sus golpes, saldría una fotocopia de Federer. Lo mismo se podría decir en el mundo del baloncesto de Michael Jordan. Tras estas condiciones innatas se escondía una dosis ingente de trabajo, que no se circunscribieron sólo a la parte tenística, sino que tuvo que entrenar, y mucho, la parte mental porque en sus inicios su endiablado carácter estuvo cerca de que sepultara su capacidad tenística.
Federer se creía, y puede ser que no le faltara razón, que era el mejor y por ello no varió nunca ni un ápice su forma de jugar a tenis. Nunca pensó en colocarse un metro más atrás para que la derecha diabólica de Nadal no le hiciera tanto daño a su revés. ¿Prepotencia? No seré yo quien le discuta su forma de jugar. Decían que su revés era su peor golpe, pero aun así, era uno de los mejores golpes del circuito. Imaginen cómo eran entonces el resto. Se va uno de los mejores. Para muchos, el mejor.