Jugar en Bilbao siempre es especial, sobre todo para alguien que es historia viva del Athletic. Es el caso de Bittor Alkiza Fernández (San Sebastián, 1970), segundo entrenador del Mallorca y hombre de confianza de Jagoba Arrasate en el banquillo balear. Aunque ya ha regresado muchas veces como rival, el domingo visitará primera vez vestido de rojo y negro la capital vizcaína, el lugar donde desarrolló la mayor parte de una carrera que, curiosamente, empezó y acabó en la otra gran orilla del fútbol vasco.
Puede que las nuevas generaciones que pueblan las gradas de Son Moix no tengan demasiadas referencias sobre ese tipo que se sienta al lado del entrenador cuando no le pasan factura sus problemas de espalda, como ocurrió a principio de curso. Pero para quienes disfrutaron del fútbol de los noventa, Alkiza es toda una institución. Un bofetón de nostalgia. Su melena era una de las más buscadas en las colecciones de cromos de la época y su historia, una de las comentadas y jugosas del momento.
Formado en Zubieta e hijo de Iñaki Alkiza, exfutbolista y presidente de la Real Sociedad entre 1983 y 1992, Bittor fue antes txuri urdin que athleticzale. Debutó a las órdenes de John Benjamin Toshack en septiembre de 1991 (contra el Barça en el Camp Nou) y jugó casi cien partidos en Primera División antes de ser traspasado en 1994 al Athletic por unos doscientos millones de pesetas (1,2 millones de euros) cuando su cláusula era de aproximadamente el triple. La operación generó mucho descontento entre la afición realista y abrió las puertas del viejo San Mamés a un joven de 24 años que iba a protagonizar una bonita carrera como león.
A las órdenes de Jabo Irureta, Amorrortu, Stepanovic, Luis Fernández, Txetxu Rojo o Heynckes, Bittor Alkiza jugó 328 partidos oficiales, marcó diez goles (uno de ellos al Mallorca en Copa del Rey), debutó en la Liga de Campeones y alcanzó incluso la internacionalidad con España tras cautivar a José Antonio Camacho.
Alkiza se fue del Athletic en el 2003 y lo hizo dejando marca entre una afición que siempre le ha querido y que le profesa un enorme respeto por su entrega y profesionalidad sobre tapete. Regresó a su Donosti natal para enrolarse de vuelta en la Real Sociedad y ponerle el lazo a su carrera como jugador dos años más tarde por culpa de las malditas lesiones. Se cerraba una ventana y se abría otra a su espalda. Los banquillos ya le estaban esperando.
Un grande, me encanta verlo jugar