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Real Mallorca: Una permanencia sin sal

Son Moix abrocha la temporada con una celebración discreta y muchos gestos de alivio después de minutos de angustia esperando noticias del Nuevo Mirandilla

Los jugadores del Real Mallorca celebran la permanencia con sus aficionados. | Miquel Àngel Borràs

| Palma |

El Real Mallorca ya ha depositado el formulario de la permanencia. Y para no cambiar los hábitos de la temporada, tuvo que esperar a que otros le rellenaran los papeles. Ha sido un proceso tan a cámara lenta el de mantener la categoría que ni siquiera le alcanzó con su partido para celebrarla. Fiel a esa imagen pastosa que ha proyectado durante muchos meses e incapaz de ganar al colista para encender cuanto antes la traca, jugadores, cuerpo técnico y público tuvieron que aguardar, con el auricular pegado a la oreja y la pantalla del teléfono desbloqueada, a que acabara el encuentro del Cádiz para vaciar de piedras la mochila y quitarse un peso de encima. Hasta entonces, el nuevo Son Moix había asistido a su final de partido más tenso, con la plantilla sobre el campo esperando noticias del Nuevo Mirandilla y los espectadores de pie en sus localidades mordiéndose las uñas. El anuncio del final del encuentro fue toda una liberación. Un estallido de alegría contenida, pero sobre todo de alivio. La salvación cambiaba por fin de apellido y dejaba de ser virtual para cobrar volumen. Nos ahorrábamos el sofocón de Getafe.

La tarde, que había empezado tranquila, desembocaba en un carrusel de emociones. En un viaje por una montaña rusa. Son Moix se preparaba para bajar la persiana hasta agosto y para ponerle el candado en Palma a la era Javier Aguirre, pero lo primero era lo primero. El Mallorca llegaba sin acabar la faena y el riesgo de un descenso tenía a parte de la hinchada paralizada.

Tras el recibimiento al bus del equipo y los protocolos habituales en estos encuentros, al que se sumaban los homenajes al Palma Futsal por su segunda Champions, el mallorquinismo se vino arriba. Parecía que el dolor de estómago le iba durar media hora que fue lo que tardó en marcar Larin y en premiar la buena presentación bermellona. El miedo que le había entrado en el cuerpo mientras el Cádiz le ganaba al Sevilla de aquella manera, empezaba a salir poco a poco tras el gol del canadiense, de nuevo titular. En ese momento todo parecía guionizado al estilo de una película americana en la que todo son risas. Ni un solo susto. Ni una sola alteración del pulso cardíaco. Ni una gota de sudor frío. La permanencia, a la vista de todos, estaba junto al escudo.

La burbuja se pinchó antes del descanso. Los transistores, ahora con forma de teléfono, aplacaban la felicidad de la grada y el banquillo al anunciar un gol de Javi Hernández a los 38 minutos. Quedó en un susto porque el VAR no aprobó la validez del tanto, pero la sospecha de que algo malo podía ocurrir había regresado con fuerza. Sobre todo después de que Sergio Arribas marcara para el Almería y dejara en nada el trabajo hecho hasta ese momento. Llegó el descanso para cortar los primeros escalofríos y soltar un poco los músculos.

La segunda parte fue otra cosa. El Mallorca atacaba y se enredaba una y otra vez en sus traumas ofensivos. Mientras la grada abroncaba a Luka Romero, que regresaba por primera vez a la que había sido su casa y plataforma de lanzamiento, el reloj iba pasando y la falta de goles del Cádiz mantenía frío el ambiente. Hasta que la temperatura se disparó de repente. El Almería se ponía por delante con un impresionante gol de Bruno Langa y Son Moix se quedaba mudo. Soplidos, murmullos y miradas de desconfianza. Y miedo, claro.

En mitad de la desesperación de la grada, el Mallorca encontró una puerta abierta en la pobre defensa del Almería. Darder facturó el empate —el último partido en Son Moix lo salvaron los dos fichajes más caros y llamativos del verano anterior— y el mallorquinismo volvió a creer en que llegaría a tierra por sus propios medios, aunque eso habría roto el espíritu de la temporada. De Burgos Bengoechea pitó el final y el estadio volvió a encoger la respiración. El volcán paró de echar lava cuando acabó el partido de Cádiz y el Mallorca quedaba a salvo. Era el momento de los fuegos artificiales. Más por alivio que por otra cosa. Pero al menos el Mallorca seguía siendo de Primera División.

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