El Mallorca es un sentimiento. Y yo soy un sentimental. Ver a más de 20.000 mallorquinistas en Sevilla me emocionó y me recordó aquellos años en los que Gallardo me parecía el mejor central del mundo. Iba al desvencijado Luis Sitjar de la mano de mi padre y Orellana fue otro de mis ídolos de juventud. Recuerdo tantos partidos, tanta alegría, tanto sufrimiento. El Mallorca me ha acompañado desde entonces, aunque desde la tribuna de prensa todo es diferente. Ascensos, descensos, finales de Copa, aquel sueño de la Liga de Campeones… el Mallorca es un sentimiento.
Contar con un vestuario bien avenido, de amigos sinceros, en el que reine el compañerismo y la envidia esté desterrada es fundamental. Y el Mallorca es una piña. No fue suficiente y el conjunto de Javier Aguirre perdió la final de la Copa del Rey ante el Athletic en la tanda de penaltis. El sentimiento mallorquinista quedó intacto, aunque una profunda tristeza invadió a todos los aficionados.
Viví una montaña rusa de sentimientos, con muchos minutos de esperanza y alegría, nervios a flor de piel y más sufrimiento que nunca. Dani Rodríguez adelantó al Mallorca cuando tan solo se habían disputado veinte minutos. Después llegó el sufrimiento extremo, la angustia y el desasosiego, que quedaron en poca cosa con el descanso.
La segunda parte comenzó con una clara oportunidad de Larín. Fue un espejismo, pues el dominio de los vizcaínos no tardó en convertirse en insoportable. Empató Sancet y el sufrimiento se hizo eterno. El dominio del Athletic fue total durante muchos minutos, el Mallorca se defendía con orden, pero perdía el esférico con excesiva rapidez. Pasaron los minutos y llegaron los penaltis. Y el drama.
Por cierto, lo más injusto del partido fue ver como Abdón Prats se quedaba sin jugar un solo minuto.