La caldera de Son Moix sigue encendida. En pocos lugares debe encajar mejor ese eslogan que se esfuerza en afianzar la RFEF desde hace unos años para vender su producto. Porque si algo le mola a la afición del Mallorca es la Copa. Un torneo que tras el cambio de formato solo ha pasado por la Isla de manera furtiva pero que, llegados a este punto, es capaz de reventar los termómetros rojinegros como ninguna otra cosa. Abdón Prats y poco más. Nada importan LaLiga, los puntos, la clasificación o la sombra del descenso cuando hay una posible final de por medio.
La Copa llevaba días jugándose en Palma. En cuanto acabó el partido de San Mamés el equipo y su afición se quitaron la ropa que visten a diario para ponerse guapos y despedir a esta edición del torneo en casa y como se merece. Por eso el recibimiento a la plantilla fue el que precede a las noches de cuento. Aguirre y los suyos entraron al estadio con la adrenalina por las nubes casi dos horas antes de que empezará a girar el balón tras recorrer el Camí del Reis entre el humo rojo de las bengalas, envueltos por un mar de banderas y bufandas que les llevaba, casi flotando, hasta el interior del estadio.
Esta entrega de la Copa está demostrando lo bien que le ha sentado la reforma al estadio, que nada tiene que ver con el Son Moix original. Desde la grada nadie podría asegurar que las semifinales de 2009 contra el Barça, las últimas que se habían registrado hasta ahora, se habían jugado en ese mismo campo. Y esa sensación crece partido a partido. Desde su ‘inauguración' y por una cosa u otra, todos los encuentros que ha ido abrazando han sido de talla grande, aunque seguramente ninguno como el de la Real Sociedad. Al récord de asistencia del recinto (22.051 espectadores según datos oficiales, aunque las únicas calvas que se apreciaban estaban en la zona visitante) hay que anotar lo mucho que ha subido el volumen, lo poco que le cuesta al público conectarse e, incluso, lo bien que suena ahora el himno cantado en su mayor parte por la hinchada. Quién lo iba a decir.
El infierno de Son Moix cobra sentido cuando quien estira el show previo de dimonis, foc i caliu es Abdón. El de Artà asumía el papel de líder y se encargaba de mantener a la afición enchufada desde el minuto uno y de conservar encendidas las brasas, aunque luego el partido iba a tener poco o nada que ver con el de cuartos de final contra el Girona.
Pase lo que pase en el Reale Arena la Copa ya no volverá a pasar por Son Moix, como mínimo, hasta el curso que viene. Sin embargo, la Operación Cartuja continúa en marcha. Han pasado más de veinte años desde la última final y el mallorquinismo se ha propuesto darle a Sevilla un color especial.