La historia del Real Mallorca tiene citas imprescindibles. De cada año, de cada década que va pasando, son más las fechas que merecen un rincón de oro en largo caminar de club bermellón. Sin duda, el 29 de abril de 1998, hace este sábado 25 años, sigue vivo en la memoria de los mallorquinistas. Ese día en Valencia, en el campo de Mestalla, el equipo dirigido por Héctor Cúper alcanzó al gloria como pocos equipos la han asumido: Perdiendo una final. Cayó en la tanda de penaltis más agónica que recuerda la afición rojilla. Fue un vaivén de sensaciones, de alegrías y tristezas, de emoción y de ilusión. Se degustó el dulce sabor del triunfo momentáneo con el bajonazo de ese penalti fallado primero por Stankovic, que hubiera supuesto el triunfo final y después por Eskurza en la muerte súbita.
Pero esa final, que acabó con empate a uno con gol de Stankovic en el minuto seis y el empate de Rivaldo en el 66, se fue a los penaltis donde el acierto cayó del lado azulgrana. Pero la historia de ese encuentro no se entiende sin el arbitraje terrible de Daudén Ibáñez, que fue un jugador más del Barcelona tirando por lo fácil y haciendo el trabajo sucio al equipo grande. Expulsó injustamente a Romero y a Mena y dejó al Mallorca mermado de fuerzas. Se fue diluyendo el equipo que saltó al campo con Roa en la portería: Olaizola, Iván Campo, Marcelino y Kike Romero en defensa; Stankovic, Valerón, Engonga y Mena en la sala de máquinas y Ezquerro con Amato en la delantera. En el segundo tiempo entraron Eskurza, Iván Rocha y Paco Soler.
El equipo bermellón forzó la prórroga y la jugó con dos jugadores menos llegando a forzar la tanda de penaltis. El Mallorca, que durante esa temporada de ensueño se había ganado el respeto del fútbol español y europeo, fue un titán ante un Barcelona que se mostró incapaz de superar el pundonor y la fuerza de unos futbolistas que en todo momento buscaron dejar el nombre del club y de la Isla por todo lo alto. Casi consiguen dar la campanada, pero esa final, como recuerda siempre Héctor Cúper, no se perdió. Se ganó. El trofeo, lo tiene el Barcelona en su vitrina, pero ya casi nadie que sea aficionado azulgrana se acuerda de las circunstancias del encuentro. En la Isla sí.
En una entrevista con este periódico, el entrenador era muy claro al recordar las circunstancias de esa final. «Lo primero que se me viene a la mente es que disputamos una final épica y que se hizo todo lo posible, e incluso más, en situaciones límite... Jugamos con dos futbolistas menos gran parte del segundo tiempo más la prórroga... Siempre me vienen buenos recuerdos y ese sentimiento de que manejaba un equipo con muchas agallas, entregado a la causa y con un convencimiento absoluto en el éxito. Incluso en inferioridad numérica nunca se perdió la fe. Jugar una final ante el Barça con dos hombres menos y estar siempre ahí es algo muy importante», relataba el argentino.
La desazón y tristeza de ese día fue dando paso al orgullo, a la extraordinaria sensación de sentirse representado por un equipo que sentía esa camiseta y ese escudo como parte de su piel. «El papel fue excelente y más allá de la tristeza y no haberla ganado, esa final, aunque no tenga la Copa el Mallorca en su vitrina, esa final se ganó. Fíjese que cuando se habla de esa final, todo el mundo habla del Mallorca, yo no escucho hablar del Barcelona, con todo el respeto lo digo porque el ganador del título fueron ellos», recordaba Héctor Cúper.
Y es que todo lo que rodeó a esa final fue épico. Desde el accidentado viaje de una parte de aficionados que llegaron tarde al partido por culpa de la huelga de la compañía marítima que debía conducirles a Valencia pasando por la armas desiguales que había sobre el campo por culpa del colegiado. Nunca se sabe qué hubiera podido suceder con un Mallorca con once jugadores en el césped todo el tiempo de la prórroga.
Quien todavía le da vueltas a esa final y a ese penalti es Jovan Stankovic, uno de los grandes ídolos de la afición y que a día de hoy, como recordaba en una conversación con Ultima Hora , no sabe cómo pudo fallar ese penalti. «Yo cuando tiraba penaltis nunca improvisaba. Siempre esperaba a ver cómo se movía el portero. Y con Hesp lo vi claro. Dije: «ya está». Lo que no entiendo y nunca he entendido es como pude mandar el balón fuera de la portería. Nunca en la vida me había pasado. Me habían parado penaltis, pero mandarlo fuera, nunca. Fue la primera vez. Y fue en ese preciso momento, que era el más importante de la historia del Mallorca», recordaba el futbolista serbio.
La final de Copa, como fue en su día el ascenso, fue la consecuencia del músculo económico del Grupo Zeta y de la inteligencia y trabajo de los mallorquines que dirigieron el club encabezados por Bartolomé Beltrán. Ese día se escribió sin duda una de las páginas más brillantes de la historia. No fue un partido más, no fue una final más. Fue nuestra final. Esa que jugamos contra un grande, contra el árbitro, contra los elementos. El trofeo físicamente no lo encontrarán en las vitrinas de Son Moix, pero sí en los corazones de todos los mallorquinistas.