Gracias al Valencia, el Mallorca mantendrá su status. Su estrella en el cielo de la Liga. Su principal tesoro y patrimonio. En una noche destinada para la fiesta, el equipo isleño llegó a mirar fijamente a la tragedia, a la debacle, durante una porción notable del sábado noche y sólo un milagro, un rebote, le permitió abrazar la salvación. Por una derrota del Deportivo que provocó lágrimas de alegría en un Son Moix abarrotado que llegó a temerse lo peor y que vivió a golpes de taquicardias.
El Mallorca acusó la atmósfera del duelo. La carga extra de adrenalina, intriga, impotencia, tensión, angustia, inquietud, nervios... arrolló a la escuadra balear, que se derrumbó moral y físicamente. Con el telón de fondo de la Liga a punto de bajar, sólo quedaba apelar a la fortuna, a esa Diosa que le sonrió a cientos de kilómetros de aquí. En A Coruña. Allí, donde hace treinta años otro guiño del destino provocó el ascenso a la máxima categoría en la temporada 1982-83, se produjo la victoria del Valencia ante el Deportivo (0-2), una carambola sobre el alambre que dejó a la escuadra de Michael Laudrup entre los grandes. Jugó con fuego durante el último tramo de competición y llegó a oler a chamusquina...
El grupo bermellón, que no hizo sus deberes y dobló la rodilla ante el Atlético (3-4), vivió como un funambulista durante un 21-M inolvidable.
Con los triunfos de Zaragoza en Levante (1-2), Osasuna frente al Villarreal (1-0) y el empate de Anoeta entre la Real Sociedad y el Getafe (1-1), todo pendía de un hilo. De un gol. El descenso ya solo tenía dos aspirantes: Deportivo o Mallorca. Mallorca o Deportivo.
Un tanto del conjunto de Lotina -que entonces perdía por la mínima- era la debacle. El desastre absoluto. El infierno. Nadie miraba lo que sucedía en Palma. Todo el mallorquinismo rezaba. Imploraba para que el Depor no marcara y arrojara por la borda el destino de la institución. Antes de la jornada, las combinaciones apenas le daban un 4% de posibilidades de bajar. A esa hora, al filo de las 23.45 horas, un gol blanquiazul mandaba a los bermellones a las galeras. A Segunda División. Ni probabilidades ni gaitas.
Acabó el duelo de Son Moix, pero el balón seguía vivo en Riazor. Apenas fue un minuto, pero se hizo eterno. El resto de enemigos (Zaragoza, Osasuna, Real Sociedad y Getafe) ya habían descorchado el champán.
Incluso los pupilos de Laudrup formaban piñas sobre el césped pese a que el partido de Coruña aún no había finalizado.
El conjunto gallego se volcó en busca de un gol que le hubiera dado la permanencia y hubiese empujado al Mallorca al acantilado. César, uno de los héroes de la noche para el mallorquinismo junto a Aduriz, abortaba ocasiones. El Valencia sacó provecho de las urgencias gallegas y Soldado, en el descuento, remató la faena iniciada por Aduriz a los cuatro minutos. Son Moix estalló de júbilo tras una de las noches más largas que recuerda el mallorquinismo.
El equipo balear acusó la presión en un estadio más entregado a la causa que nunca que se conjuró para empujar al Mallorca a su décimo quinta campaña consecutiva (vigésimo quinta en total) entre la nobleza. Las vísperas invitaban a un desenlace taquicárdico. Media docena de equipos, en cinco encuentros, se jugaban una porción notable de su destino en los noventa minutos más tensos del curso. Era el partido de sus vidas. La noche no defraudó.
Después de una vida burguesa durante casi todo el año, el Mallorca se ha pasado la última semana mirando a los ojos de su destino. De pronto, casi sin querer, se encontró con el posible despido de la compañía.
Sin tiempo para lamerse las heridas ni autoflagelarse por haber llegado a la última curva del torneo con el retrovisor repleto de enemigos, el mallorquinismo se conjuró para afrontar el 21-M con las máximas opciones posibles de permanencia. Bajo el lema Guanyam tots, la hinchada y el club fueron de la mano para encender las calderas de un estadio que registró la mejor entrada de su historia, con 23.343 almas.
El Mallorca, como le ha sucedido durante el último mes -acaba con apenas dos de los últimos quince puntos en juego- no supo estar a la altura y abrió la noche con temblores. Cuando se quiso dar cuenta, ya perdía 0-2. Había que echar mano de los cálculos. De mirar a otros campos. El Mallorca reaccionó, pero cuando pareció acariciar el empate, otro zarpazo del Kun le tumbaba a la lona. Sólo quedaba rezar y esperar al milagro de Riazor. En el último tercio de curso, el grupo balear comenzó a perder altura -siempre parecía faltar un punto para festejar la salvación- a entrar en una dinámica peligrosa que le obligó a jugarse la vida en la última jornada. La moneda, esta vez, salió cara. Pero el club balear debe aprender de los errores y tomar nota. El Mallorca no está en Segunda gracias al Valencia. A Aduriz principalmente. Y eso no debe quedar en el olvido. El susto todavía está marcado a fuego en el mallorquinismo...