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La gran estrella de la albiceleste

El entrenador de la seleccón argentina, Diego Armando Maradona, devuelve el balón al terreno de juego durante el partido entre Argentina y Nigeria. | Efe

| Johannesburgo |

Desapareció literalmente el Pelusa entre una nube de fotógrafos y flashes mientras arreciaban los himnos en Ellis Park, un nuevo argumento para quienes piensan que existen dos tipos de entrenadores: Maradona y los demás.

Lars Lagerback, evidentemente, pertenece al segundo grupo, o eso debieron pensar los reporteros gráficos, que lo condenaron al ostracismo para apiñarse en torno al técnico argentino, cuyo desparpajo ante cámaras y micrófonos sigue siendo el mismo que cuando vestía de corto, si no más.

Hoy, D10 ya no es el Pelusa, o ya no lo es tanto. A punto de cumplir 50 años, Maradona se ha presentado en el Mundial de Sudáfrica con barba recortada y entrecana, y en el partido vestido de traje a medida y calzado en zapatos relucientes.

Pero esa no es más que la cáscara; por dentro, Maradona sigue siendo Maradona, polémico y controvertido, nervioso y barrial, y más consciente que nadie del alcance de su leyenda.

Se lo recuerda la grada, que hasta sus exabruptos le aplaude, y que hoy desplegó una gran pancarta en la que se leía «a mamarla», una desafortunada frase que le costó en su momento al técnico argentino una sanción de la FIFA que le privó, entre otras cosas, de comparecer en el sorteo de grupos del pasado diciembre.

Pero lo que es indudable, es que cuando Maradona comparece en público atrae todas las miradas, le buscan los micrófonos y le enfocan las cámaras, y el técnico argentino, al que parecen gustar los focos, se deja querer.

En el estreno de Argentina en el Mundial, Leo Messi fue el mejor, no podía ser de otro modo, pero Maradona le dio tanto trabajo al realizador de televisión como el jugador de Rosario, como era de esperar.

Se le vio comparecer en el césped de Ellis Park mucho antes que sus jugadores, apoyarse en la publicidad y departir amistosamente con la prensa.

Se le vio retirarse a vestuarios saludando a la grada, mano en alto, al más puro estilo de la Reina de Inglaterra.

Se le vio y se le verá en los televisores de medio planeta una y mil veces celebrando el gol de Heinze, con ese gesto de rabia tan suyo, tras encarar la cámara que tenía a sus espaldas.

Inquieto, incapaz de tolerar la clausura de la zona técnica, discutiendo con el cuarto árbitro, jaleando a sus muchachos, a los que fue a buscar al césped para tomar con ellos el túnel de vestuarios, Maradona fue, en su primer partido como técnico en un Mundial, simplemente, Maradona.

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