Rafael Nadal, número dos del mundo, se impuso en un partido agónico a Nicolás Almagro en el Másters 1.000 de Bercy, donde acabó venciendo por 3-6, 7-6 (2) y 7-5 después de más de tres horas de juego en una jornada en la que cayó eliminado Roger Federer a manos del francés Julien Benneteau (6-3, 6-7 y 4-6). El mallorquín, que hoy (no antes de las 19.30 horas) se mide a Tommy Robredo por un lugar en los cuartos de final, acabó beneficiándose de los fallos del murciano y de sus problemas físicos para estrenarse con triunfo y acumular minutos en vistas a los nuevos desafíos que se avecinan.
Pese a todo, Almagro completó un gran partido y dispuso de cinco bolas para ganarlo en el segundo set, pero no supo aprovecharlas. Dominó el partido Almagro frente a un Nadal fuera de forma, falto de ritmo, lejos del juego agresivo que le caracteriza.
El mallorquín comparecía en París casi un mes después de su último encuentro, la final del Masters 1.000 de Shanghai que perdió frente al ruso Nikolay Davydenko.
La falta de partidos se notó en Nadal, que estuvo a merced de un Almagro que parecía tener todo a su favor. Fue el mallorquín el que dominó el encuentro, el que marcaba el ritmo. Asentado en un saque magnífico, con frecuencia por encima de los 200 kilómetros por hora, Almagro tenía el encuentro en su mano.
Ganó de forma cristalina el primer set, haciéndose con el servicio de Nadal en el sexto juego y guardando su saque con calma. Era el primer set que le ganaba.
Comenzó también dominando la segunda manga, pero Nadal se aferró al partido, sin hacer un gran tenis. Almagro no estuvo fino en los puntos clave y eso se notó en el duodécimo juego, cuando servía para ganar. Entonces tuvo el partido en su mano, tan cerca que sólo tenía que atraparlo. Con un 40-0 a favor, el público comenzaba a mascar la despedida del número dos.
Pero Nadal se rehizo. Remontó las tres bolas de partido. Cedió otras dos más pero también las rescató. Se aferró a su suerte, la del campeón. Y acabó por arrebatar el saque a Almagro.
El murciano no se recuperó. En el juego de desempate apenas opuso resistencia. Había rozado la victoria, la había visto pasar ante sus ojos y no había sabido atraparla. Su juego comenzó a decaer. Cedió su saque de entrada en la manga definitiva y, aunque lo recuperó en la siguiente, el partido andaba ya sin rumbo. Ninguno de los dos estaba bien. Dejaban escapar con claridad su servicio y multiplicaban los fallos.
El encuentro se dirigía a un nuevo juego de desempate. Pero el físico abandonó a Almagro, que le puso el tono más dramático a un partido pleno de cambios.
En el séptimo juego, cuando se acercaban a las tres horas de juego, comenzó a sentir calambres en su muslo derecho. Bercy retuvo la respiración. El público se divertía y no quería que el festival acabara. Sus gestos de dolor sentado en la silla mientras le trataba el fisioterapeuta hacían presagiar lo peor.
Pero Almagro tiró de sus últimos recursos, sacó fuerzas de flaqueza, volvió a la pista. No quería rendirse sin luchar. Gaó el juego y, en el siguiente, rompió el saque de Nadal. De nuevo lo tenía todo a favor, por segunda vez servía para ganar.
Pero una vez más se asustó de la victoria. Reaparecieron los calambres, se hicieron más evidentes y le dejaron sin respuesta. Apenas podía moverse el murciano. Apenas podía sacar, su arma más mortífera hasta ese momento.
Resignado, cedió su servicio (4-5) y ya no ganó ningún juego en el partido. Nadal asistía atónito al espectáculo. Jugaba con un muñeco, sólo tenía que esperar a verlo caer. Y cayó cuando el reloj marcaba tres horas y cuarto. Almagro se fue ovacionado, con un gesto de dolor, de decepción, de tristeza. Nunca tuvo tan cerca el triunfo ante Nadal.