C.R.C.
El Mallorca se consume al ritmo que marca el calendario. El conjunto bermellón, que sigue sin encontrar un colchón con el que amortiguar su caída, se encuentra ya en la antesala de una de las series más negras de toda su historia. Una vez archivado el enésimo desliz de esta primera vuelta, los bermellones contabilizan diez jornadas sin celebrar una sola victoria, un dato escalofriante que sirve para igualar la segunda peor racha de resultados de las veintidós temporadas que ha pasado hasta ahora en Primera División.
Desde que comenzó el mes de noviembre el conjunto que dirige Gregorio Manzano sigue unas coordenadas erróneas. Hasta ese momento, los bermellones no andaban sobrados, pero habían hecho de la zona templada su hábitat natural y su situación era relativamente cómoda. El pasado 26 de octubre, después de alzar por última vez los brazos tras derrotar en Son Moix al Espanyol (3-0), el Mallorca se alojaba en el octavo lugar de la clasificación y cargaba con once puntos encima. Sin embargo, una semana después el suelo empezó a agrietarse y a día de hoy la zanja sigue abierta.
Los diez encuentros posteriores a ese festín a cuenta del Espanyol han supuesto un calvario para los inquilinos del ONO Estadi. Aunque han desfilado ante sus ojos rivales de todo tipo, lo único que han rascado en estos dos meses y medio son tres empates ante Athletic, Málaga y Sevilla. Las siete derrotas recopiladas en los enfrentamientos restantes (Atlético de Madrid, Almería, Valladolid, Recreativo, Getafe, Barcelona y Real Madrid) han dejado al equipo en una situación ruinosa que le impedirá rebasar el ecuador del campeonato sin ninguna garantía que avale la permanencia.
Estos números oxidados están a la misma altura que los que redactó Llorenç Serra Ferrer en la temporada 1990-91. En cualquier caso, en aquella ocasión firmó cinco empates y sólo cedió cinco derrotas. Además, el proyecto actual puede encontrar ahí otro motivo con el que ilusionarse. El botín que reunió durante la primera vuelta y un aseado final de curso le ayudaron a sostenerse entre los grandes. Se libró de jugar la promoción por un único punto (lo hicieron Cádiz y Zaragoza) y cumplió el objetivo marcado.
Por debajo de ese punto de referencia sólo aparece otra concatenación de resultados más triste. Para encontrarla hay que retroceder hasta la campaña 1983-84, en la que circularon por el banquillo bermellón hasta tres entrenadores: Koldo Aguirre, Serra Ferrer y Marcel Domingo. El Mallorca, que no pudo esquivar el castigo del descenso, llegó a estar quince jornadas peleado con el triunfo y asumió un lastre que acabó siendo letal. Cerró el torneo en la decimoséptima plaza (había dieciocho equipos en Primera) y bajó en compañía de Cádiz y Salamanca.
Si el Mallorca quiere evitar ahora un descalabro absoluto está obligado a cuajar una segunda vuelta prácticamente inmaculada. Le queda un partido para doblar la esquina de la competición (el domingo que viene, en Villarreal) y, como máximo, lo haría con diecisiete puntos en el bolsillo. Teniendo en cuenta que la tabla de salvación se cifra en torno a los cuarenta puntos, conviene acelerar de inmediato.
En esta situación, el Mallorca comienza a tener claro quiénes serán sus rivales en una segunda parte de la travesía que se presume infernal. Y lo mejor, es que empezará a encontrárselos en cuanto se despida del Everest tras pasar por las manos de Villarreal y Valencia. Así, su verdadera batalla se iniciará el 2 de febrero en un escenario tradicionalmente maldito: el Reyno de Navarra.
El Osasuna, el único equipo que está por debajo en la clasificación (ayer estuvo fuera del farolillo rojo durante algunos minutos gracias a su momentánea victoria sobre el Barcelona), le tomará el pulso en una cita de tintes dramáticos que ayudará a preparar el terreno para todo lo que venga a continuación, que será de órdago.
Los próximos puntos de avituallamento estarán en Palma, contra el Deportivo, y en Soria, donde aguardará un Numancia aliado con el crudo clima soriano. Racing y Sporting serán los siguientes en pasar por caja, aunque para eso falta demasiado. Hay tiempo, pero hay que saber aprovecharlo.