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El Mallorca pierde en Sevilla pero certifica la permanencia tras la derrota del Alavés en Zaragoza

Vicenç Grande se abraza al empleado del club Tomàs Jaume, a la llegada de la expedición del Mallorca al aeropuerto de Palma. Foto: NEUS JUANEDA

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Se acabó. El sufrimiento del Mallorca murió en Sevilla y la SAD balear ya ha renovado oficialmente la plaza que tenía reservada en la máxima categoría para la próxima temporada. Lo hizo a medio gas, sin brillo y sin el empuje que había acreditado en sus últimas actuaciones, pero eso ya no importa. El equipo de Manzano se apoyó en el mullido colchón que había elaborado durante toda la semana y ni siquiera le hizo falta aplicarse para sacar adelante una de las jornadas más plácidas y gratificantes de todo el torneo. El Betis, como hiciera en la culminación del milagro del curso pasado, también se sumó a la fiesta. Misión cumplida (2-1). El partido despertó entre tinieblas debido a las acentuadas carencias de los dos equipos, que saltaron al campo excesivamente condicionados por su situación en la tabla. Mientras el Betis se aclimataba al encuentro templando como podía sus nervios iniciales, el Mallorca comparecía sobre el césped del Ruiz de Lopera desenchufado y sin ningún tipo de tensión entre sus líneas. Así las cosas, al cuadro local no le costó demasiado asumir el papel protagonista, que cuando activó su centro del campo empezó a ejercer su gobierno.

El primero en advertir que el choque iba a tener color verdiblanco fue Joaquín, que lideró los primeros compases del asedio al que después sería sometida la puerta de Toni Prats. Con sus carreras, el portuense despertó además a la incombustible afición bética y cuando la comunión entre ambos fue perfecta, la confrontación se inclinó definitivamente hacia la meta balear. Al Mallorca, que hasta ese momento tenía controlados a los delanteros locales, empezaron a temblarle las piernas y esa incipiente inseguridad supuso el embrión del primer tanto de la tarde. Marcos Assunçao alojó el cuero en el corazón del área rojilla tras un saque de falta muy escorado y éste, tras completar una terrible carambola entre Arango y Pereyra, acabó en el fondo de la red. La ventaja ensanchó las distancias y agudizó la convicción del Real Betis, pero en ningún caso levantó al Mallorca, que seguía mostrándose tan pasivo como lo había estado hasta ese momento y que seguía más pendiente de lo que pasaba en otros estadios, sin preocuparse en exceso de lo que le afectaba en primera persona. Además, el ritmo del partido era cada vez más cansino y eso sólo favorecía a la escuadra de Serra Ferrer, que no tardó en encauzar la función. Lo hizo a través de Robert, que en muy poco tiempo ha hecho del Mallorca una de sus víctimas favoritas. El brasileño acomodó el balón con el pecho en la frontal y lo empaló a la media vuelta haciendo inútil la estirada de Toni Prats. Era el minuto 34 y el encuentro parecía agotado.

Afortunadamente, todo cambió en el segundo tiempo. El fútbol llegó con retraso por culpa de unos incidentes que afectaron a uno de los fondos del estadio y que hizo que el juego se detuviera durante casi ocho minutos. Pero cuando el balón volvió a ponerse en movimiento, el Mallorca inició su monólogo particular. Antes de eso, Manzano había retirado del campo a Pisculichi y Basinas para jugarse sus últimas bazas dándole entrada a Víctor y Yordi. El órdago reportó resultados casi instantáneos y el tanque gaditano, que llevaba mucho tiempo en el anonimato, acercó el partido al Mallorca tras cabecear de forma impecable una asistencia de Campano. Por entonces, los baleares ya sabían que el Alavés estaba totalmente desquiciado en La Romareda y que el problema de la permanencia era ya un asunto secundario. A partir de ahí el partido fue una fiesta casi calcada a la que se vivió al final de la temporada pasada en Son Moix. Manzano fue el primero en mover pieza y anunció el cambio de Prats para que recibiera el merecido homenaje a sus nueve años de verdiblanco. El Ruiz de Lopera al completo se puso en pie y premió al de Capdepera con una ovación inmensa. Después, Serra, que no quería quedarse atrás, aceptó las peticiones de su público y sacó al campo a Cañas, que jugó sus últimos minutos de su carrera en el campo heliopolitano. Al final, eso sí, fiesta conjunta y una invasión de campo surrealista que retrasó el final del encuentro. Pero sobre todo, el deseo de que ambos equipos vuelvan a encontrarse en la próxima Liga.

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