No lloró como en el Lago Rosa, pero el abrazo de sus hijos pequeños, Pau y Albert, y el recibimiento de su familia y de treinta personas de Calonge y Santanyí pusieron una sonrisa de oreja a oreja en el rostro de Toni Manresa. El piloto mallorquín aterrizó ayer en el aeropuerto de Son Sant Joan con la sensación del deber cumplido y el cansancio de haber disputado la prueba más dura del mundo del motor.
Manresa recibió ayer el doble de felicitaciones, puesto que, además de haber completado su tercera experiencia en el Dakar, era el día de su santo. Nada mejor para celebrar su llegada y, sobre todo, si en Calonge seguía la fiesta en honor a su vecino más internacional.
Atrás quedaron los malos momentos, pero sigue fresca en la memoria la jornada que estuvo a punto de costarle su continuidad en el Lisboa-Dakar: «Había tomado la salida a las diez y llegué a las 8:20, pero tenía que llegar a la siguiente salida antes de las 11:00 porque si no me quedaba fuera. Fue una etapa muy peligrosa por el riesgo de quedarse dormido por el cansancio, pero lo conseguimos pensando en los que confiaron en nosotros».