La vivencia de un derbi, sea del deporte que sea, se vive de distinta forma a un partido normal de liga y genera todo tipo de lances y circunstancias ajenas al parqué. El choque entre el Palma y Drac Inca no fue menos. El hecho de que los dos equipos estén viviendo en la cúspide de la liga, que nunca se hubiese vivido un choque mallorquín de la máxima rivalidad en la LEB y que el bloque de Ciutat no conozca la derrota en Son Moix provocó que todo lo que rodeaba a esta cita fuese especial. Además, este último dato continuó igual y la fuente del Aqua Mágica en su feudo sigue inexpugnable. Ni siquiera el líder de la categoría pudo beber de ella.
Una hora antes del comienzo del encuentro, la afición del Drac, que se había desplazado hasta Ciutat en 10 autocares, ya había ocupado sus localidades en el pabellón. Fueron vendidas las 800 que les había facilitado el club (500 para los socios y 300 para la base). Ellos se encargaron de poner el color en las gradas. El gualdinegro se apoderó de una parte del recinto deportivo y las gorras, camisetas, bufandas y bocinas del club inquer comenzaron a hacerse ver y sonar. A medida que faltaba menos para el salto inicial las huecos en las butacas del Palau d'Esports de Son Moix eran menores. Cuando el balón echó a rodar todavía se veían algunos asientos libres, por lo que no se pudo colgar el cartel de «no hay billetes». Tres mil quinientos espectadores vivieron in situ el encuentro del año. Eso sí, los décimos de cinco euros de lotería que el Aqua Mágica repartió con la venta de la entrada sí que se agotaron.
El primer equipo en saltar a la cancha fue el local, recibido por una sonora pitada por la afición visitante y aplaudido por la suya. Cuando el plantel de Es Raiguer hizo acto de aparición, todo lo contrario. Entre los presentes se encontraba Xisco Amengual, entrenador del extinto Patronato Baloncesto. Él fue de los últimos en ver lleno el Palau de Son Moix. Ocurrió en 1992, cuando el cuadro palmesano se enfrentó al Cáceres en la fase de ascenso a la ACB.